Siguiendo nuestro caminar por el Valle Chico, llegamos a Villabandín.
que como ya nos habían hablado de su hermosa iglesia para allí nos dirigimos.
Por el camino llamó nuestra atención un escudo nobiliario. Me costó mas trabajo que los de Omañón poder identificarlo. Lo hice con la ayuda del libro “Nobiliario de la montaña leonesa” de Sanchez Badiola Pag602.
Pertenece a los Rozas, una familia originaria del valle de Rozas, en Soba (Cantabria) y era propiedad de Pedro de Rozas desde 1652. Hay otro escudo de un descendiente suyo, sacerdote en Olleros de Sabero, con una inscripción en piedra que dice: ”Púsolas don Manuel Rozas Rabanal, natural de Villabandin de Omaña 1746”
Como ya es costumbre, no pudimos entrar en el templo, pero podéis admirar el retablo de la iglesia en todo su esplendor en la página:
yo no lo hubiera podido hacer mejor.
Contemplad a Santa Ana leyendo un libro con la virgen de pequeña y un niño Jesús con la bola del mundo en la mano; o la huida a Egipto (Dicen que San José va ataviado como un arriero maragato). Admirad la perfección de las alas de los ángeles...
Subimos al campanario por una escalera de caracol, de peldaños imposibles. La subida en la oscuridad, dejando un momentín que los ojos se acostumbraran a ella, mereció la pena, pues contemplamos desde lo alto una bonita panorámica del entorno y unas hermosas campanas.
Queríamos hacer ahora una ruta de senderismo que va del pueblo al collado, para descansar luego en la fuente de las peñas blancas. Esta ruta se ha utilizado desde tiempo inmemorial como cordal de merinas.
No vimos a nadie en el pueblo, para que nos orientara por donde caminar, hasta que a la caída de la tarde, cuando ya regresando nos encontramos con David, que venía de Villablino. Como nosotros no sabíamos el camino, echamos a andar por el pueblo, que es grande y tiene bonitas casas muy arregladas.
Fuimos a parar a la lechería, edificio en desuso, pero muy restaurado.
Aquí se fabricó en su tiempo la mejor mantequilla de León y parte de España. Desde la ventana abierta, pudimos ver la maquinaria original.
Subimos por una empinada senda, seguíamos subiendo y subiendo, dejando abajo el pueblo, recogido por montañas y con un espolón rocoso, muy característico, en la proximidad de las casas.
Pronto veíamos líneas de montañas en el horizonte, que marcaban diferentes valles. Asomaban picos, uno de ellos con nieve en la cumbre.
Los robledales tenían aún su aspecto invernal, los prados del valle se inclinaban hacia el río que corría por medio de ellos y el verdor de la hierba brillaba sólo en los prados de aprovechamiento. Aún no había flores en escobas o en urces, pero algún árbol silvestre lucía sus flores a lo lejos. Fue un paseo delicioso y aunque no conocimos el cordal, os aseguro que mereció la pena.
Ved nuestras fotos de
Texto y fotos de Rosa Fadón y Rafael Cid
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