Después de parar a tomar un café en las afueras de Osorno y recordar las anteriores excursiones a Palencia o al canal de Castilla, empezamos nuestra ruta del románico palentino, en las proximidades de Alar del Rey.
Aquí, en el monasterio de S. Andrés del Arroyo, que fundó doña Mencía, la nieta de Alfonso VI, hija de la infanta Sancha( que era hija de Zaida) y Rodrigo Glz Girón, de la casa de Lara.
La parada en el exterior del recinto nos trasportó a épocas medievales, pues el camino seguía el muro monástico hasta un ensanche semicircular en el que, tiempo atrás, se ataría el caballo en las argollas que aún cuelgan y se sentarían los visitantes en un banco adosado de piedra, que se conserva allí, a esperar que se abriera el portón, como arco de muralla, que daba paso al interior. Al entrar descollaba amenazante, el rollo de jurisdicción, que recordaba a propios y extraños, los poderes que tenía la abadesa para impartir justicia a toda aquella región, que de una forma u otra sustentaba al monasterio y se mantenía de él. Una vez en el interior, la oportunidad de contemplar el conjunto, sin prisas, nos permitió ensoñaciones muy interesantes. Las dependencias integradas dentro del recinto, parecían un pequeño pueblo vallado, en el que bien podía haberse rodado una película al estilo del “El nombre de la rosa”. Admiramos la pulcritud del suelo empedrado, los fértiles nogales a la orilla de la iglesia y la pureza de líneas de los diversos edificios conventuales.
En la visita del claustro disfrutamos de la belleza de las columnas geminadas con sus capiteles de tallas propias de la orfebrería, con calados vegetales muy vistosos y otros, con varios motivos, todos de gran valor.
De allí fuimos a La granja de Sta Eufemia de Cozuelos, que conserva su bonita iglesia, tal y como fue en el s XII. ya que las monjas la cedieron a particulares a cambio de otras posesiones y no sufrió los desmanes de la amortización de Mendizábal. Rodeándola, contemplamos la belleza de sus ábsides, los canecillos, el jaqueado de sus impostas, los adornos de las ventanas con columnas y capiteles. También quedamos sorprendidos por el pequeño museo de su interior, que recoge arte sacro medieval y actual.
Paramos en Moarves de Ojeda, para contemplar en la portada de su iglesia un friso, bajo tejadillo, muy espectacular. Puede verse al Salvador en su mandorla, rodeado por el tetramorfos y seguido a ambos lados por los apóstoles, esculpidos con elegancia y detallismo. El tono rojizo de la piedra ha hecho brotar elogios a Unamuno, que los del lugar recitan de memoria. La portada, con capiteles corridos detallistas y curiosos, así como los de las ventanas y fachada fueron objeto de numerosos flashes fotográficos.
Desde el autobús vimos pasar el caserío de Cervera de Pisuerga, el embalse de Requejada, casi sin agua y las curvas y subidas de la carretera, que anunciaban la proximidad de la hermosa Montaña Palentina y las Fuentes Carrionas.
Al llegar a S. Salvador de Cantamuda observamos el porte señorial de esta población, bañada por un río Pisuerga joven y cantarín, cabeza de la región de la Pernía. El pueblo tiene nuevas construcciones, casas blasonadas y rollo jurisdiccional.
Por no dejar en el tintero algo muy comentado, la guía nos contó la leyenda del origen del sobrenombre "Cantamuda". Existió en lejanos tiempos... una muda que milagrosamente recuperó la voz al alabar a Dios y cantarle cuando se sintieron salvadas ella y su ama, mientras huían en la oscuridad de la noche, por aquellos empinados montes. Habían sido expulsadas del hogar, pues el señor del lugar, esposo celoso, había condenado al exilio a la joven señora, difamada de inmoralidad.
También nos aclaró que es más creíble, fuera de la imaginación popular, que Cantamuda proceda realmente de Campo de Muga, que quiere decir límite y este topónimo acompaña a otros nombres de pueblos de esta zona y también se conserva en otras provincias.
Nos fuimos directamente a los manteles de la famosa hospedería, que nos agasajó con los platos típicos del lugar. Tras la sobremesa visitamos el templo de S. Salvador que perteneció a un monasterio del s. XII y que conserva interesantes trazas arquitectónicas. En el interior nos gustó, por ejemplo, su altar románico y en el exterior, por ejemplo, su espadaña, una de las más conocidas de Palencia.
Después hicimos la marcha pedestre que, cuesta arriba, nos llevó a contemplar el famoso roblón de Estalaya y los hermosos hayedos y robledales que forman su bosque. No sin algún susto, pero como no dejó de ser eso, seguimos la fiesta y las bromas hasta llegar al hotel Valentín, de Aguilar de Campóo, lugar entrañable para los de la zona, y que ha recogido merecidos galardones. Ahí nos alojamos tras una cena sabrosa.
El domingo contemplamos todos los rincones de Aguilar de Campóo, empezando por la airosa y lejana vista del castillo, que todo lo domina, sobre la peña de Aguilón, que protege de los fríos al monasterio de Stª María la Real, ubicado a sus pies y en media ladera, nos muestra la solitaria ermita románica de Stª Cecilia.
La presencia de cántabros, romanos y visigodos hicieron famosas estas poblaciones y en ellas se ubicaron familias reales en la edad media, tanto en monasterios como en casonas civiles. Carlos V vino a honrar el sepulcro de Bernardo del Carpio, el mítico héroe de Roncesvalles, situado junto al monasterio real de Stª María y a llevarse su espada a la Real Armería de Madrid.
En el libro de Unamuno “Andanzas y Visiones españolas” realiza un relato sobre Aguilar, basado en su visita de 1921.
Bajo el tibio sol de la mañana fotografiamos La Plaza Mayor con sus galerías acristaladas y los soportales, tan acogedores, imaginándonos la animación que tenía en otros tiempos.
El guía local nos mostró la colegiata de S. Miguel y el museo, contándonos muchos detalles de la historia de la ciudad y de sus familias nobles, los marqueses de Aguilar, que sobresalieron en tiempos de los Reyes Católicos y obtuvieron la creación de la colegiata, con grandes recursos para la villa. Sus enterramientos se encuentran en la iglesia, junto con otros sepulcros del s. XII al XVI.
Estuvimos callejeando entre puertas de muralla y casonas hidalgas, comprando embutido, queso y tantos productos afamados entre los que destacan las patatas de la Ojeda...¡Algunos consiguieron turrones de las monjas clarisas!
El paseo junto al río, con la delicia de los jardines peatonales que se encuentran en sus orillas, con patos incluidos, nos llevó hasta la monumental fachada del antiguo monasterio de Stª María, protegida por gran cerca de piedra y reja de hierro.
Este enorme edificio, con su hermoso claustro e iglesia, naves dormitorios y otras dependencias, es obra de sumo interés por el trabajo de rehabilitación que se ha llevado a cabo, por voluntarios insignes, que han abierto un camino premiado y seguido en otras parte de España. Un buen rato estuvimos contemplando el Aula del románico palentino, que allí se ubica.
En la iglesia nos detuvimos ante los nobles sepulcros. Olvidados por el paso del tiempo, aún fueron capaces de evocarnos historias relatadas o investigadas para otras visitas. Así observando detenidamente a este caballero, con su adorado halcón en un abrazo póstumo, recordamos al noble leonés que en la Edad Media, en tiempos de Alfonso III, en referencia al noble llamado Ruy Fernández de Valduerna, se cita que en la iglesia de la Magdalena de Aguilar de Campó se encontraba hasta hace poco el sepulcro de Fernán Rodríguez Duc de Valduerna, de cuyo apellido se deduce su pertenencia a este lugar, hoy próximo a la Bañeza. Rodrigo Fernández de Valduerna fundó el convento de Villoria de Orbigo. En 1243 es encomendado a los Premostratenses bajo la jurisdicción del Abad de Aguilar de Campoo, donde ingresó como religioso D. Rodrigo haciendo vida monástica hasta su fallecimiento...
Seguimos la visita admirando los juegos de luces preparados para la presentación del audiovisual, que hacía resaltar los capiteles y elementos arquitectónicos. Luego seguimos al claustro, sala capitular, etc...entretenidos, hasta que fuimos a comer al hotel.
Aún tuvimos tiempo para subir a Stª Cecilia a contemplar su exterior y hacer algunas fotos de la ciudad y sus colinas, desde tan privilegiada altura. Tratábamos de ver el embalse, ahora casi exhausto. Las famosas fábricas de galletas, que daban un aire dulzón, apreciable desde los andenes del ferrocarril, cuando de niños hacíamos parada en nuestros viajes en tren, han quedado reducidas a tres fábricas.
Todos esos recuerdos los llevamos en la memoria, con ganas de compartirlos con vosotros y con la alegría de los buenos días vividos.
Aquí, en el monasterio de S. Andrés del Arroyo, que fundó doña Mencía, la nieta de Alfonso VI, hija de la infanta Sancha( que era hija de Zaida) y Rodrigo Glz Girón, de la casa de Lara.
La parada en el exterior del recinto nos trasportó a épocas medievales, pues el camino seguía el muro monástico hasta un ensanche semicircular en el que, tiempo atrás, se ataría el caballo en las argollas que aún cuelgan y se sentarían los visitantes en un banco adosado de piedra, que se conserva allí, a esperar que se abriera el portón, como arco de muralla, que daba paso al interior. Al entrar descollaba amenazante, el rollo de jurisdicción, que recordaba a propios y extraños, los poderes que tenía la abadesa para impartir justicia a toda aquella región, que de una forma u otra sustentaba al monasterio y se mantenía de él. Una vez en el interior, la oportunidad de contemplar el conjunto, sin prisas, nos permitió ensoñaciones muy interesantes. Las dependencias integradas dentro del recinto, parecían un pequeño pueblo vallado, en el que bien podía haberse rodado una película al estilo del “El nombre de la rosa”. Admiramos la pulcritud del suelo empedrado, los fértiles nogales a la orilla de la iglesia y la pureza de líneas de los diversos edificios conventuales.
En la visita del claustro disfrutamos de la belleza de las columnas geminadas con sus capiteles de tallas propias de la orfebrería, con calados vegetales muy vistosos y otros, con varios motivos, todos de gran valor.
De allí fuimos a La granja de Sta Eufemia de Cozuelos, que conserva su bonita iglesia, tal y como fue en el s XII. ya que las monjas la cedieron a particulares a cambio de otras posesiones y no sufrió los desmanes de la amortización de Mendizábal. Rodeándola, contemplamos la belleza de sus ábsides, los canecillos, el jaqueado de sus impostas, los adornos de las ventanas con columnas y capiteles. También quedamos sorprendidos por el pequeño museo de su interior, que recoge arte sacro medieval y actual.
Paramos en Moarves de Ojeda, para contemplar en la portada de su iglesia un friso, bajo tejadillo, muy espectacular. Puede verse al Salvador en su mandorla, rodeado por el tetramorfos y seguido a ambos lados por los apóstoles, esculpidos con elegancia y detallismo. El tono rojizo de la piedra ha hecho brotar elogios a Unamuno, que los del lugar recitan de memoria. La portada, con capiteles corridos detallistas y curiosos, así como los de las ventanas y fachada fueron objeto de numerosos flashes fotográficos.
Desde el autobús vimos pasar el caserío de Cervera de Pisuerga, el embalse de Requejada, casi sin agua y las curvas y subidas de la carretera, que anunciaban la proximidad de la hermosa Montaña Palentina y las Fuentes Carrionas.
Al llegar a S. Salvador de Cantamuda observamos el porte señorial de esta población, bañada por un río Pisuerga joven y cantarín, cabeza de la región de la Pernía. El pueblo tiene nuevas construcciones, casas blasonadas y rollo jurisdiccional.
Por no dejar en el tintero algo muy comentado, la guía nos contó la leyenda del origen del sobrenombre "Cantamuda". Existió en lejanos tiempos... una muda que milagrosamente recuperó la voz al alabar a Dios y cantarle cuando se sintieron salvadas ella y su ama, mientras huían en la oscuridad de la noche, por aquellos empinados montes. Habían sido expulsadas del hogar, pues el señor del lugar, esposo celoso, había condenado al exilio a la joven señora, difamada de inmoralidad.
También nos aclaró que es más creíble, fuera de la imaginación popular, que Cantamuda proceda realmente de Campo de Muga, que quiere decir límite y este topónimo acompaña a otros nombres de pueblos de esta zona y también se conserva en otras provincias.
Nos fuimos directamente a los manteles de la famosa hospedería, que nos agasajó con los platos típicos del lugar. Tras la sobremesa visitamos el templo de S. Salvador que perteneció a un monasterio del s. XII y que conserva interesantes trazas arquitectónicas. En el interior nos gustó, por ejemplo, su altar románico y en el exterior, por ejemplo, su espadaña, una de las más conocidas de Palencia.
Después hicimos la marcha pedestre que, cuesta arriba, nos llevó a contemplar el famoso roblón de Estalaya y los hermosos hayedos y robledales que forman su bosque. No sin algún susto, pero como no dejó de ser eso, seguimos la fiesta y las bromas hasta llegar al hotel Valentín, de Aguilar de Campóo, lugar entrañable para los de la zona, y que ha recogido merecidos galardones. Ahí nos alojamos tras una cena sabrosa.
El domingo contemplamos todos los rincones de Aguilar de Campóo, empezando por la airosa y lejana vista del castillo, que todo lo domina, sobre la peña de Aguilón, que protege de los fríos al monasterio de Stª María la Real, ubicado a sus pies y en media ladera, nos muestra la solitaria ermita románica de Stª Cecilia.
La presencia de cántabros, romanos y visigodos hicieron famosas estas poblaciones y en ellas se ubicaron familias reales en la edad media, tanto en monasterios como en casonas civiles. Carlos V vino a honrar el sepulcro de Bernardo del Carpio, el mítico héroe de Roncesvalles, situado junto al monasterio real de Stª María y a llevarse su espada a la Real Armería de Madrid.
En el libro de Unamuno “Andanzas y Visiones españolas” realiza un relato sobre Aguilar, basado en su visita de 1921.
Bajo el tibio sol de la mañana fotografiamos La Plaza Mayor con sus galerías acristaladas y los soportales, tan acogedores, imaginándonos la animación que tenía en otros tiempos.
El guía local nos mostró la colegiata de S. Miguel y el museo, contándonos muchos detalles de la historia de la ciudad y de sus familias nobles, los marqueses de Aguilar, que sobresalieron en tiempos de los Reyes Católicos y obtuvieron la creación de la colegiata, con grandes recursos para la villa. Sus enterramientos se encuentran en la iglesia, junto con otros sepulcros del s. XII al XVI.
Estuvimos callejeando entre puertas de muralla y casonas hidalgas, comprando embutido, queso y tantos productos afamados entre los que destacan las patatas de la Ojeda...¡Algunos consiguieron turrones de las monjas clarisas!
El paseo junto al río, con la delicia de los jardines peatonales que se encuentran en sus orillas, con patos incluidos, nos llevó hasta la monumental fachada del antiguo monasterio de Stª María, protegida por gran cerca de piedra y reja de hierro.
Este enorme edificio, con su hermoso claustro e iglesia, naves dormitorios y otras dependencias, es obra de sumo interés por el trabajo de rehabilitación que se ha llevado a cabo, por voluntarios insignes, que han abierto un camino premiado y seguido en otras parte de España. Un buen rato estuvimos contemplando el Aula del románico palentino, que allí se ubica.
En la iglesia nos detuvimos ante los nobles sepulcros. Olvidados por el paso del tiempo, aún fueron capaces de evocarnos historias relatadas o investigadas para otras visitas. Así observando detenidamente a este caballero, con su adorado halcón en un abrazo póstumo, recordamos al noble leonés que en la Edad Media, en tiempos de Alfonso III, en referencia al noble llamado Ruy Fernández de Valduerna, se cita que en la iglesia de la Magdalena de Aguilar de Campó se encontraba hasta hace poco el sepulcro de Fernán Rodríguez Duc de Valduerna, de cuyo apellido se deduce su pertenencia a este lugar, hoy próximo a la Bañeza. Rodrigo Fernández de Valduerna fundó el convento de Villoria de Orbigo. En 1243 es encomendado a los Premostratenses bajo la jurisdicción del Abad de Aguilar de Campoo, donde ingresó como religioso D. Rodrigo haciendo vida monástica hasta su fallecimiento...
Seguimos la visita admirando los juegos de luces preparados para la presentación del audiovisual, que hacía resaltar los capiteles y elementos arquitectónicos. Luego seguimos al claustro, sala capitular, etc...entretenidos, hasta que fuimos a comer al hotel.
Aún tuvimos tiempo para subir a Stª Cecilia a contemplar su exterior y hacer algunas fotos de la ciudad y sus colinas, desde tan privilegiada altura. Tratábamos de ver el embalse, ahora casi exhausto. Las famosas fábricas de galletas, que daban un aire dulzón, apreciable desde los andenes del ferrocarril, cuando de niños hacíamos parada en nuestros viajes en tren, han quedado reducidas a tres fábricas.
Todos esos recuerdos los llevamos en la memoria, con ganas de compartirlos con vosotros y con la alegría de los buenos días vividos.
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