El otro día volví a Palencia y, para preparar la visita, busqué en nuestros archivos la excursión que habíamos hecho a esta bella ciudad tiempo atrás.
Íbamos siguiendo aquellos pasos... Aunque cada vez nuestros pasos eran nuevos y sorprendentes. Permanece en Palencia ese aire sutil de vida y leyenda...
Aquí está nuestro reportaje de entonces:
¡Qué contentos nos pusimos de tener un día tan bueno de sol, como fue el de la excursión de Palencia!. Aprovechando el día desde las primeras horas de la mañana, recorrimos los monumentos de la ciudad. Nos reunimos en la plaza Cervantes y dimos una ojeada rápida al exterior de la catedral “La bella desconocida”.
Pasamos por la famosa Calle Mayor donde se ubican las mejores casas de la ciudad, tiendas, bares, casino...Hicimos las primeras fotos al Palacio de Villandandro con su hermosa fachada modernista, rematada en lo alto con vistosos mosaicos venecianos. Aunque no, no son venecianos, su autor es Zuloaga y los leones le conocemos bien y admiramos lo que nos dejó, un edificio, próximo a la catedral, con azulejos pintados en el portal.
Callejeamos hacia la iglesia de S Francisco, cuya espadaña con frontis constituye un símbolo de la ciudad. Su fachada blanca elevándose sobre su antiguo claustro, transformado en plaza ciudadana y la galería porticada aislada del público por verjas, da una estampa característica. El claustro se libró de convertirse en mercado, por las presiones de los nobles que lo impidieron, aquí se celebraron cortes.
El mercado se realizó en la contigua manzana y se ubicó luego, en un edificio modernista, con marquesinas de hierro que constituye un edificio noble de la ciudad.
En la plaza Mayor admiramos el monumento que el afamado escultor palentino, Victorio Macho, hizo al no menos famoso, Berruguete.
Entramos en el Ayuntamiento y, contemplando el cuadro central de la escalera, escuchamos de la Guía aspectos y valores ciudadanos, allí reflejados y los símbolos más significativos de la misma.
La iglesia de las Clarisas mereció una visita sosegada a su interior, donde la devoción de la feligresía menudeaba en visitas que se hacían al Santísimo, expuesto en el altar de forma permanente. Nuestro interés se centraba en el famoso Cristo yacente, cantado por Unamuno: “Porque este Cristo de mi tierra es tierra...”
Esta iglesia es panteón de la familia del Almirante de Castilla Alonso Enríquez, de quien dice la leyenda, que luchando contra los moros en una batalla naval, yendo con sólo 5 naves a un combate muy desigual, fue vencedor de forma milagrosa y, en medio de los barcos enemigos en fuga, apareció este Cristo flotando sobre las aguas. Cuenta la tradición que le crecen las uñas y el pelo, que son cortados periódicamente por las monjas de clausura.
No acaban aquí los milagros del convento. También se narra el milagro de Margarita la tornera, que recoge Zorrilla. Se trata de una monja, que un día se enamoró de un hombre que llegó al convento. Devota de la Virgen, deja las llaves de la portería a sus pies, antes de huir con su amante. Pasado el tiempo, la monja vuelve al convento avergonzada. Para su sorpresa, nadie había notado su falta, porque la Virgen había ocupado su puesto durante su ausencia, esperando su arrepentimiento.
Más allá vimos S. Lázaro, iglesia que recuerda el Hospital de leprosos, que tuvo como fundador al Cid Campeador. Esto sucedió después de que una noche, un leproso, quejándose del abandono de todos, pidió acogida al Cid y este, ante la imposibilidad de otra cosa, le permitió compartir su lecho. A la mañana siguiente el huésped confesó al Cid, que era S. Lázaro.
Llegando al cruce con la calle Mayor contemplamos el majestuoso edificio de la Diputación.
Recién restaurado, luce el contraste de los rojos de sus muros y los blancos de su piedra trabajada en esculturas y elementos simbólicos del poder popular. En lo alto la bandera, portada por la Alegoría de Palencia, acompañada por hombre y mujer palentinos. En los grutescos, balconadas y pináculos, brillando al sol, las agujas de aluminio, que tratan de impedir a multitud de palomas que se posen en estos limpios espacios.
Nos acercamos a la Iglesia de la Compañía donde se encuentra la patrona de la ciudad, la Virgen de la Calle. Debe su nombre a un leño que arrojó a la calle el panadero, al no poder prenderlo. Entonces oyó decir al trozo de madera: “a la calle me tiran, de la calle me buscan” con lo que observó atónito que era una imagen de la Virgen y desde entonces se venera con ese nombre y con el de la Virgen de las Candelas.
Vamos hacia la muralla, lo único que resta está junto a la Iglesia de S. Miguel. Allí nos detenemos y admiramos su esbelted, con su calada torre cuadrangular rematada con almenas y un cubo adosado, que esconde la escalera que da acceso a lo alto; lo que revela el carácter religioso y defensivo del monumento.
La leyenda sitúa en esta iglesia el templo donde celebraron sus esponsales Dña Jimena y el Cid. Puede que se refiera a las investigaciones del palentino obispo Sandoval, sobre la Jimena que se canta en el Romancero de las Mocedades del Cid.
Desde aquí nos acercamos al río Carrión, disfrutando de la vista de la Isla dos aguas, convertida hoy en un parque.
Delimitado por el río y un cuérnago, que en el pasado suministraba agua a los batanes de las fábricas de mantas, que tanta fama dieron a Palencia. Antes había un dicho sobre las mantas de Palencia y los palentinos no se intimidaban y consideraban a honra ser el símbolo de las mantas en España. ¡Quién iba a decir, que se acabaría ese renombrado esplendor!
Caminamos por el largo paseo paralelo al río, que atraviesa toda la ciudad y crea un entorno para el disfrute de la naturaleza y el deporte.
Contemplamos dos de los puentes más emblemáticos, el Puente Mayor y el Puentecillas de origen romano. Palencia es romana hasta la médula, aquí estuvieron villas y su granero alimentó a Roma.
Frente a él subimos hacia el Museo Diocesano del Palacio Episcopal. Tiene una interesante colección religiosa. El obispo recuperó obras de gran valor, desperdigadas por arruinadas iglesias, que fueron en otro tiempo centros importantes de saber, de devoción y de arte.
Esta visita fue de lo más interesante, también gracias a la monjita que nos sirvió de guía, luego he sabido su nombre, la hermana Glenda y he oído sus canciones en Radio María, es una delicia...
Quién ha encontrado un amigo ha encontrado un tesoro
Iba la hermana contándonos con su suave voz, los elementos más relevantes de la muestra, acompanándoles del simbolismo religioso que encierran y de la historia de la Sagrada Escritura que contienen. Revisaba el estilo artístico de cada época, piéndonos comprobar detalles del rostro o ropajes.
Aprovechaba a hablar bajito a las niñas del grupo, que iban delante, muy cerca de ella, recibiendo en primicia los comentarios más preciosos o la promesa de sus canciones o actividades de talleres, que están en marcha para las personas que vivieran en Palencia.
Siempre profundizaba el arte con el simbolismo de la doctrina, haciéndonos reflexionar en la actitud humilde del niño, escuchando las enseñanzas de su abuela, sin imponer su sabiduría divina. O contaba el milagro del sembrador al que le creció la mies, con sólo pasar a su lado la Sagrada Familia, reflejado en aquel cuadro de la huída a Egipto, donde se veían a los soldados persiguiéndoles y al sembrador, al que preguntaron si había visto pasar a una familia. Ella decía, que respondió que sí, que cuando estaba sembrando...La verdad, era una delicia escucharla por más que la narración fuera tan conocida...
Luego nos fuimos a visitar la catedral. Estaba lujosamente alumbrada y se celebraba una misa con el obispo y multitud de sacerdotes, el órgano y cantores dando vida al coro, los bancos abarrotados de fieles y jóvenes, previsiblemente escolares con sus monjas o frailes responsables. Era el cierre solemne del Año Eucarístico.
No debíamos movernos por el recinto, así que desde nuestros asientos, admiramos sus tesoros y compartimos unos instantes con la población palentina, en este hermoso lugar sagrado.
A continuación fuimos a comer a un afamado figón y tras la sobremesa retornamos a León.
Íbamos siguiendo aquellos pasos... Aunque cada vez nuestros pasos eran nuevos y sorprendentes. Permanece en Palencia ese aire sutil de vida y leyenda...
Aquí está nuestro reportaje de entonces:
¡Qué contentos nos pusimos de tener un día tan bueno de sol, como fue el de la excursión de Palencia!. Aprovechando el día desde las primeras horas de la mañana, recorrimos los monumentos de la ciudad. Nos reunimos en la plaza Cervantes y dimos una ojeada rápida al exterior de la catedral “La bella desconocida”.
Pasamos por la famosa Calle Mayor donde se ubican las mejores casas de la ciudad, tiendas, bares, casino...Hicimos las primeras fotos al Palacio de Villandandro con su hermosa fachada modernista, rematada en lo alto con vistosos mosaicos venecianos. Aunque no, no son venecianos, su autor es Zuloaga y los leones le conocemos bien y admiramos lo que nos dejó, un edificio, próximo a la catedral, con azulejos pintados en el portal.
Callejeamos hacia la iglesia de S Francisco, cuya espadaña con frontis constituye un símbolo de la ciudad. Su fachada blanca elevándose sobre su antiguo claustro, transformado en plaza ciudadana y la galería porticada aislada del público por verjas, da una estampa característica. El claustro se libró de convertirse en mercado, por las presiones de los nobles que lo impidieron, aquí se celebraron cortes.
El mercado se realizó en la contigua manzana y se ubicó luego, en un edificio modernista, con marquesinas de hierro que constituye un edificio noble de la ciudad.
En la plaza Mayor admiramos el monumento que el afamado escultor palentino, Victorio Macho, hizo al no menos famoso, Berruguete.
Entramos en el Ayuntamiento y, contemplando el cuadro central de la escalera, escuchamos de la Guía aspectos y valores ciudadanos, allí reflejados y los símbolos más significativos de la misma.
La iglesia de las Clarisas mereció una visita sosegada a su interior, donde la devoción de la feligresía menudeaba en visitas que se hacían al Santísimo, expuesto en el altar de forma permanente. Nuestro interés se centraba en el famoso Cristo yacente, cantado por Unamuno: “Porque este Cristo de mi tierra es tierra...”
Esta iglesia es panteón de la familia del Almirante de Castilla Alonso Enríquez, de quien dice la leyenda, que luchando contra los moros en una batalla naval, yendo con sólo 5 naves a un combate muy desigual, fue vencedor de forma milagrosa y, en medio de los barcos enemigos en fuga, apareció este Cristo flotando sobre las aguas. Cuenta la tradición que le crecen las uñas y el pelo, que son cortados periódicamente por las monjas de clausura.
No acaban aquí los milagros del convento. También se narra el milagro de Margarita la tornera, que recoge Zorrilla. Se trata de una monja, que un día se enamoró de un hombre que llegó al convento. Devota de la Virgen, deja las llaves de la portería a sus pies, antes de huir con su amante. Pasado el tiempo, la monja vuelve al convento avergonzada. Para su sorpresa, nadie había notado su falta, porque la Virgen había ocupado su puesto durante su ausencia, esperando su arrepentimiento.
Más allá vimos S. Lázaro, iglesia que recuerda el Hospital de leprosos, que tuvo como fundador al Cid Campeador. Esto sucedió después de que una noche, un leproso, quejándose del abandono de todos, pidió acogida al Cid y este, ante la imposibilidad de otra cosa, le permitió compartir su lecho. A la mañana siguiente el huésped confesó al Cid, que era S. Lázaro.
Llegando al cruce con la calle Mayor contemplamos el majestuoso edificio de la Diputación.
Recién restaurado, luce el contraste de los rojos de sus muros y los blancos de su piedra trabajada en esculturas y elementos simbólicos del poder popular. En lo alto la bandera, portada por la Alegoría de Palencia, acompañada por hombre y mujer palentinos. En los grutescos, balconadas y pináculos, brillando al sol, las agujas de aluminio, que tratan de impedir a multitud de palomas que se posen en estos limpios espacios.
Nos acercamos a la Iglesia de la Compañía donde se encuentra la patrona de la ciudad, la Virgen de la Calle. Debe su nombre a un leño que arrojó a la calle el panadero, al no poder prenderlo. Entonces oyó decir al trozo de madera: “a la calle me tiran, de la calle me buscan” con lo que observó atónito que era una imagen de la Virgen y desde entonces se venera con ese nombre y con el de la Virgen de las Candelas.
Vamos hacia la muralla, lo único que resta está junto a la Iglesia de S. Miguel. Allí nos detenemos y admiramos su esbelted, con su calada torre cuadrangular rematada con almenas y un cubo adosado, que esconde la escalera que da acceso a lo alto; lo que revela el carácter religioso y defensivo del monumento.
La leyenda sitúa en esta iglesia el templo donde celebraron sus esponsales Dña Jimena y el Cid. Puede que se refiera a las investigaciones del palentino obispo Sandoval, sobre la Jimena que se canta en el Romancero de las Mocedades del Cid.
Desde aquí nos acercamos al río Carrión, disfrutando de la vista de la Isla dos aguas, convertida hoy en un parque.
Delimitado por el río y un cuérnago, que en el pasado suministraba agua a los batanes de las fábricas de mantas, que tanta fama dieron a Palencia. Antes había un dicho sobre las mantas de Palencia y los palentinos no se intimidaban y consideraban a honra ser el símbolo de las mantas en España. ¡Quién iba a decir, que se acabaría ese renombrado esplendor!
Caminamos por el largo paseo paralelo al río, que atraviesa toda la ciudad y crea un entorno para el disfrute de la naturaleza y el deporte.
Contemplamos dos de los puentes más emblemáticos, el Puente Mayor y el Puentecillas de origen romano. Palencia es romana hasta la médula, aquí estuvieron villas y su granero alimentó a Roma.
Frente a él subimos hacia el Museo Diocesano del Palacio Episcopal. Tiene una interesante colección religiosa. El obispo recuperó obras de gran valor, desperdigadas por arruinadas iglesias, que fueron en otro tiempo centros importantes de saber, de devoción y de arte.
Esta visita fue de lo más interesante, también gracias a la monjita que nos sirvió de guía, luego he sabido su nombre, la hermana Glenda y he oído sus canciones en Radio María, es una delicia...
Quién ha encontrado un amigo ha encontrado un tesoro
Iba la hermana contándonos con su suave voz, los elementos más relevantes de la muestra, acompanándoles del simbolismo religioso que encierran y de la historia de la Sagrada Escritura que contienen. Revisaba el estilo artístico de cada época, piéndonos comprobar detalles del rostro o ropajes.
Aprovechaba a hablar bajito a las niñas del grupo, que iban delante, muy cerca de ella, recibiendo en primicia los comentarios más preciosos o la promesa de sus canciones o actividades de talleres, que están en marcha para las personas que vivieran en Palencia.
Siempre profundizaba el arte con el simbolismo de la doctrina, haciéndonos reflexionar en la actitud humilde del niño, escuchando las enseñanzas de su abuela, sin imponer su sabiduría divina. O contaba el milagro del sembrador al que le creció la mies, con sólo pasar a su lado la Sagrada Familia, reflejado en aquel cuadro de la huída a Egipto, donde se veían a los soldados persiguiéndoles y al sembrador, al que preguntaron si había visto pasar a una familia. Ella decía, que respondió que sí, que cuando estaba sembrando...La verdad, era una delicia escucharla por más que la narración fuera tan conocida...
Luego nos fuimos a visitar la catedral. Estaba lujosamente alumbrada y se celebraba una misa con el obispo y multitud de sacerdotes, el órgano y cantores dando vida al coro, los bancos abarrotados de fieles y jóvenes, previsiblemente escolares con sus monjas o frailes responsables. Era el cierre solemne del Año Eucarístico.
No debíamos movernos por el recinto, así que desde nuestros asientos, admiramos sus tesoros y compartimos unos instantes con la población palentina, en este hermoso lugar sagrado.
A continuación fuimos a comer a un afamado figón y tras la sobremesa retornamos a León.
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