Iniciamos esta excursión con la ilusión de visitar la tierra de mi padre: Sayago. Siempre es agradable visitar lugares de los que conservamos un buen recuerdo de momentos anteriores, ver lo que ha cambiado y preguntar por viejos conocidos.
Comenzamos la excursión en la iglesia visigoda de San Pedro de la Nave que es una de las pocas que quedan en el mundo por sus características arquitectónicas. La guía nos contó la leyenda de San Julián que entre otras cosas tenía en su currículo el haberse "cargado" a sus padres. ¡No quiero ni pensar la penitencia que tuvo que hacer el buen hombre para conseguir la santidad!
Partimos luego en dirección a Pereña de la Ribera en la provincia de Salamanca, para visitar las bodegas de Ribera de Pelaza, donde el enólogo nos recibió para explicarnos las características de los vinos que elaboran. A mi me gustó sobre todo que intenten recuperar las viejas cepas de la zona en vez de limitarse a comprar otras nuevas que les permitirían una mayor producción. Nos invitaron a "catar" sus caldos y, claro, subieron mucho el listón en nuestros paladares para degustar el resto de los vinos de los Arribes que nos esperaban durante el fin de semana.
Ya de vuelta, visitamos Fermoselle (Fermosa ella) que haciendo honor a su nombre es una de las localidades más hermosas de la comarca. Nos hicimos fotos en el pórtico de la Iglesia Parroquial del siglo XII. Ya en el interior tuvimos ocasión de admirar magnificos retablos barrocos y un Cristo de la Agonía del que se cuenta la leyenda que al serle robado el sudario que lo cubría se lanzó la maldición de que quien lo hubiese sustraído no volvería a pisar la ciudad y ¿sabéis que pasó? pues que las cigüeñas no volvieron a pasar por la localidad. Ya sabéis quien cargó con las culpas.
Fermoselle es una ciudad con mucha historia a sus espaldas, fue habitada por fenicios, celtas y romanos. En 1205 la entregó al obispo Martín I, el rey leonés Alfonso IX. En el castillo residió su triste esposa Dª. Urraca. También tuvo su importancia en la guerra de los comuneros y fue el último baluarte del obispo Acuña.
Los que pernoctaron en la ciudad tuvieron la oportunidad de visitar las características bodegas , bajo las casas y callejear por el conjunto urbano declarado monumento artístico.
El resto estuvimos en Muga, en un parador recientemente inagurado, que está preparado con todo lujo y magníficamente decorado.
Nosotros aprovechamos para visitar a mis primos en Argañín de Sayago. Estábamos tan a gusto que perdonamos la cena del hotel por una cena improvisada que nos organizaron. Estuvimos todos juntos disfrutando y bromeando con la garrafa del aceite, que debía de tener aguardiente, porque sólo pasaba a las manos de los hombres entre risas.
Al día siguiente realizamos una excursión en barco por los Arribes del Duero , cuyo capitán es nuestro primo. No es por alabar a la familia, pero hace una explicación técnica, completa y chistosa, con la que españoles y portugueses pueden disfrutar en sus respectivos idiomas. Hay un impresionante paraje, que hace de frontera natural con nuestros vecinos portugueses y en él se realiza el recorrido con el catamarán.
Ya habíamos tenido ocasión de contemplar los impresionantes acantilados la tarde anterior, desde el mirador situado junto a la Ermita de Nuestra Señora del Castillo, en Fariza.
Yo conocía el lugar, antes de estar en él, pues mi padre tenía una postal de la procesión de "viriatos". Es lugar de peregrinación de toda la comarca, que en el primer domingo de junio se dirigen en romería con sus altos pendones blancos (ellos los llaman viriatos), para honrar a su patrona, una preciosa talla románica policromada del Siglo XIII.
En la ruta por el río, disfrutamos con las explicaciones de Antonio, el capitán del barco que nos atendió en todo momento, fijando nuestra atención ahora en un nido, después en un águila o unos cormoranes, en curiosidades de la fauna o de la flora e incluso con anécdotas. Nos relató la dura época en la que los contrabandistas de los años 50 pasaban el estraperlo por estos lugares con grave riesgo para sus vidas, desde el apreciado café hasta la voluminosa máquina de coser Singer. Haciendo gala de un humor excelente, estuvo siempre pendiente de nosotros.
Como detalle excepcional nos permitió visitar, a mitad del recorrido, un parque temático situado en pleno acantilado, con una muestra etnográfica de la zona: las antiguas colmenas, chiviteras, una choza circular, un cigüeñal y todo lo necesario para que nos hiciéramos una idea de la dureza de la vida del hombre de la comarca. Terminamos la visita con la exhibición de un búho real y la degustación de un vino de Oporto.
Nos dirigimos luego a la vecina ciudad Miranda de Douro (no olvidemos que el embarcadero se encuentra en territorio portugués). Recorrimos las calles de la ciudad vieja en una visita guiada. Admiramos la catedral y el museo etnográfico. Allí vimos detalles de la vida rural semejantes a los nuestros, por supuesto, ya que sólo nos separa y nos une el río Duero. En la Antiguedad, esta ciudad perteneció al Conventum de Astorga y el idioma mirandés es un dialecto astur-leonés, que ahora se estudia y se potencia.
Viendo en el museo, las fotos del baile de “paliteiros” así como las ropas y gabán de paño verde ,vino a nuestra mente lo que explica Cervantes en el Quijote, sobre el caballero del Verde Gabán y los bailes de las bodas de Camacho (II, cap XX,).
Hay quien dice, Leandro Rodríguez y sus seguidores, que estudiando las distancias a la localidad de Cervantes de Sanabria y los topónimos que anteceden o suceden, la aventura de las bodas corresponde desarrollarse en Sayago.
Es muy chocante leer a Cervantes, decir por boca de D. Quijote: “...no hay para qué obligar al sayagués a que hable como el toledano.” (II, cap XIX) haciendo referencia a esta reminiscencia del leonés-mirandés y respetando y defendiendo su continuidad.
Cervantes parece conocer muy bien esta tierra, pues la cita repetidamente y la elige para ubicar en ella a Dulcinea: “halléla encantada y convertida de princesa en labradora... de bien hablada en rústica y finalmente de Dulcinea del Toboso, en villana de Sayago” (II, cap XXXII).
Puede parecer que está burlándose con estas apreciaciones. No hay para qué ofenderse, si se tratara de las típicas picadillas de vecindad, algo que podría entenderse de pertenecer el autor a la vecina tierra sanabresa.
Cuando el autobús pasaba junto a los restos del Polvorín acertamos a ver desde lejos el cartel del Quijote en Miranda, en el que se cita la visita del héroe a la ciudad, con el caballero del Verde Gabán, D. Diego de Miranda (II, cap XVII).
Y luego comimos en un restaurante típico de la ciudad. Nos gustó tanto la comida, que no pudimos por menos que felicitar al chef, como se hace en las películas. Le cantamos el cumpleaños feliz al compañero Camacho ¡qué cumplas muchos más, amigo!
En conclusión: fue un fin de semana redondo.
Comenzamos la excursión en la iglesia visigoda de San Pedro de la Nave que es una de las pocas que quedan en el mundo por sus características arquitectónicas. La guía nos contó la leyenda de San Julián que entre otras cosas tenía en su currículo el haberse "cargado" a sus padres. ¡No quiero ni pensar la penitencia que tuvo que hacer el buen hombre para conseguir la santidad!
Partimos luego en dirección a Pereña de la Ribera en la provincia de Salamanca, para visitar las bodegas de Ribera de Pelaza, donde el enólogo nos recibió para explicarnos las características de los vinos que elaboran. A mi me gustó sobre todo que intenten recuperar las viejas cepas de la zona en vez de limitarse a comprar otras nuevas que les permitirían una mayor producción. Nos invitaron a "catar" sus caldos y, claro, subieron mucho el listón en nuestros paladares para degustar el resto de los vinos de los Arribes que nos esperaban durante el fin de semana.
Ya de vuelta, visitamos Fermoselle (Fermosa ella) que haciendo honor a su nombre es una de las localidades más hermosas de la comarca. Nos hicimos fotos en el pórtico de la Iglesia Parroquial del siglo XII. Ya en el interior tuvimos ocasión de admirar magnificos retablos barrocos y un Cristo de la Agonía del que se cuenta la leyenda que al serle robado el sudario que lo cubría se lanzó la maldición de que quien lo hubiese sustraído no volvería a pisar la ciudad y ¿sabéis que pasó? pues que las cigüeñas no volvieron a pasar por la localidad. Ya sabéis quien cargó con las culpas.
Fermoselle es una ciudad con mucha historia a sus espaldas, fue habitada por fenicios, celtas y romanos. En 1205 la entregó al obispo Martín I, el rey leonés Alfonso IX. En el castillo residió su triste esposa Dª. Urraca. También tuvo su importancia en la guerra de los comuneros y fue el último baluarte del obispo Acuña.
Los que pernoctaron en la ciudad tuvieron la oportunidad de visitar las características bodegas , bajo las casas y callejear por el conjunto urbano declarado monumento artístico.
El resto estuvimos en Muga, en un parador recientemente inagurado, que está preparado con todo lujo y magníficamente decorado.
Nosotros aprovechamos para visitar a mis primos en Argañín de Sayago. Estábamos tan a gusto que perdonamos la cena del hotel por una cena improvisada que nos organizaron. Estuvimos todos juntos disfrutando y bromeando con la garrafa del aceite, que debía de tener aguardiente, porque sólo pasaba a las manos de los hombres entre risas.
Al día siguiente realizamos una excursión en barco por los Arribes del Duero , cuyo capitán es nuestro primo. No es por alabar a la familia, pero hace una explicación técnica, completa y chistosa, con la que españoles y portugueses pueden disfrutar en sus respectivos idiomas. Hay un impresionante paraje, que hace de frontera natural con nuestros vecinos portugueses y en él se realiza el recorrido con el catamarán.
Ya habíamos tenido ocasión de contemplar los impresionantes acantilados la tarde anterior, desde el mirador situado junto a la Ermita de Nuestra Señora del Castillo, en Fariza.
Yo conocía el lugar, antes de estar en él, pues mi padre tenía una postal de la procesión de "viriatos". Es lugar de peregrinación de toda la comarca, que en el primer domingo de junio se dirigen en romería con sus altos pendones blancos (ellos los llaman viriatos), para honrar a su patrona, una preciosa talla románica policromada del Siglo XIII.
En la ruta por el río, disfrutamos con las explicaciones de Antonio, el capitán del barco que nos atendió en todo momento, fijando nuestra atención ahora en un nido, después en un águila o unos cormoranes, en curiosidades de la fauna o de la flora e incluso con anécdotas. Nos relató la dura época en la que los contrabandistas de los años 50 pasaban el estraperlo por estos lugares con grave riesgo para sus vidas, desde el apreciado café hasta la voluminosa máquina de coser Singer. Haciendo gala de un humor excelente, estuvo siempre pendiente de nosotros.
Como detalle excepcional nos permitió visitar, a mitad del recorrido, un parque temático situado en pleno acantilado, con una muestra etnográfica de la zona: las antiguas colmenas, chiviteras, una choza circular, un cigüeñal y todo lo necesario para que nos hiciéramos una idea de la dureza de la vida del hombre de la comarca. Terminamos la visita con la exhibición de un búho real y la degustación de un vino de Oporto.
Nos dirigimos luego a la vecina ciudad Miranda de Douro (no olvidemos que el embarcadero se encuentra en territorio portugués). Recorrimos las calles de la ciudad vieja en una visita guiada. Admiramos la catedral y el museo etnográfico. Allí vimos detalles de la vida rural semejantes a los nuestros, por supuesto, ya que sólo nos separa y nos une el río Duero. En la Antiguedad, esta ciudad perteneció al Conventum de Astorga y el idioma mirandés es un dialecto astur-leonés, que ahora se estudia y se potencia.
Viendo en el museo, las fotos del baile de “paliteiros” así como las ropas y gabán de paño verde ,vino a nuestra mente lo que explica Cervantes en el Quijote, sobre el caballero del Verde Gabán y los bailes de las bodas de Camacho (II, cap XX,).
Hay quien dice, Leandro Rodríguez y sus seguidores, que estudiando las distancias a la localidad de Cervantes de Sanabria y los topónimos que anteceden o suceden, la aventura de las bodas corresponde desarrollarse en Sayago.
Es muy chocante leer a Cervantes, decir por boca de D. Quijote: “...no hay para qué obligar al sayagués a que hable como el toledano.” (II, cap XIX) haciendo referencia a esta reminiscencia del leonés-mirandés y respetando y defendiendo su continuidad.
Cervantes parece conocer muy bien esta tierra, pues la cita repetidamente y la elige para ubicar en ella a Dulcinea: “halléla encantada y convertida de princesa en labradora... de bien hablada en rústica y finalmente de Dulcinea del Toboso, en villana de Sayago” (II, cap XXXII).
Puede parecer que está burlándose con estas apreciaciones. No hay para qué ofenderse, si se tratara de las típicas picadillas de vecindad, algo que podría entenderse de pertenecer el autor a la vecina tierra sanabresa.
Cuando el autobús pasaba junto a los restos del Polvorín acertamos a ver desde lejos el cartel del Quijote en Miranda, en el que se cita la visita del héroe a la ciudad, con el caballero del Verde Gabán, D. Diego de Miranda (II, cap XVII).
Y luego comimos en un restaurante típico de la ciudad. Nos gustó tanto la comida, que no pudimos por menos que felicitar al chef, como se hace en las películas. Le cantamos el cumpleaños feliz al compañero Camacho ¡qué cumplas muchos más, amigo!
En conclusión: fue un fin de semana redondo.
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