En el año 2003 se realizó en Segovia la muestra de las Edades del Hombre, que nos dio la oportunidad de profundizar en el conocimiento de esta bella ciudad.
Para recordar esta bonita excursión colocamos el relato que en esas fechas hicimos para la revista de Uceca.
Desde que Diego de Colmenares escribió en 1637, en su Historia de la insigne ciudad de Segovia la expresión de que esta ciudad es como una nave que se levanta en un mar de cereal, la hermosura de esta metáfora la ha definido por entero. La proa es su
Alcázar, emplazado en el agudo corte calcáreo de la confluencia de sus dos ríos: El Eresma y el Clamores. La catedral destaca como un mástil y el Acueducto semeja con sus arcadas las ventanas de una alta popa.
Nosotros entramos en la ciudad por la puerta de muralla de S. Andrés. Una placa recuerda que Quevedo la inmortalizó en su obra El Buscón D. Pablos.
Íbamos mirando el precipicio y los pinares del Pinarillo, por los que solía pasear S. Juan de la Cruz. Junto con Sta Teresa fundaron conventos en esta ciudad y en ella escribieron parte de sus poesías místicas. S. Juan murió en Úbeda y sus restos se trajeron a la ciudad en una comitiva a la que alude Cervantes en el Quijote. También este autor tiene su recuerdo en la ciudad, ya que por la plaza del Azoguejo pasan sus correrías Rinconete y Cortadillo.
Vemos en las casas algo muy típico de la ciudad: el esgrafiado que decora gran parte de los edificios. Esta artesanía consiste en raspar sobre los reboques de las fachadas dibujos artísticos, a veces grecas bordeando los vanos, a veces adornos que cubren casi todo el frente. Hoy en día sigue viva la tradición, aunque se emplean máquinas para realizarlo.
Llegamos al Alcázar. El edificio es magnífico, dicen que sirvió de inspiración a Walt Disney para el suyo. Varios reyes lo ocuparon y lo mejoraron. Desde él, Alfonso X hizo preguntas a las estrellas, sirvió de luna de miel a Felipe II, de asentamiento de la corte fabulosa de Juan II y el que se sintió en él como ciudadano segoviano, fue Enrique IV, que lo dotó de hermosas salas y lo revistió con un cariño especial. Luego su sucesora, Isabel la Católica, se tuvo que emplear a fondo para convertirse en la reina de la ciudad. Mujer extraordinaria, supo inclinar las voluntades a su voluntad y tuvo el apoyo de la segoviana Beatriz Bobadilla (Palacio de Moya). Después de jurar que respetaría los fueros segovianos fue coronada en la plaza de S. Martín.
Este rinconcito posee varios encantos, los arcos del claustro externo de la iglesia románica, el palacio de Enrique IV, el Torreón de Lozoya, mecenas que ayudó a redescubrir la ciudad con los literatos de principio de siglo XX, la torre de los D´Avila: guerreros, obispos, mecenas, que trajeron la imprenta en 1472, la estatua del comunero sacrificado, Juan Bravo, la plaza de las sirenas..., que son esfinges...
Lo que nos llamó poderosamente la atención fue contemplar la sinagoga convertida en clausura de clarisas, un edificio empinado en el cubo de la muralla, cuyo interior vela a ojos curiosos las bellezas de la antigua construcción. La guía nos enseñó la raja del muro, por donde escapó milagrosamente la Sagrada Forma, antes de recorrer la Catorcena de iglesias que ahora tienen el privilegio de celebrar las fiestas del Corpus. Muchas leyendas tiene la ciudad, algunas, como la dicha, emigran de una ciudad a otra, tratando de enseñar a los conversos el poderío cristiano. En las Peñas Grajeras, que lindan con el monasterio de la Fuencisla, patrona de la ciudad, se cuenta la de la judía Esther cristianizada como María del Salto, al salvarse tras ser arrojada desde ellas.
Pero la que no dejaremos de contaros es la de la construcción del Acueducto: Había una vez una muchacha aguadora, cansada de su trabajo, acepta la oferta del diablo: dar su alma a cambio de una traída de agua, que sería capaz de hacer en una sola noche. Pero milagrosamente salva su alma, el amanecer surge cuando le falta un sólo sillar.
La obra arquitectónica del arte para la utilidad, conducciones de agua desde los neveros de Sierra de Guadarrama. Sublimidad artística, el estilo de la simplicidad, la elegancia, la grandiosidad, piedras sin argamasa, salvando un gran desnivel.
Mucho queda por hablar de la ciudad, de su catedral: “la dama de las catedrales”(parece su ancha girola un hermoso polisón) con sus valiosas capillas y de la muestra que en ella se exhibe: obras de Gregorio Fernández, Juan de Juni y otras piezas de valor, que el guía trasmite con la acertada ayuda de un walky-talky individualizado.
Bajo el Acueducto está el restaurante de Cándido, famoso en la gastronomía mundial. Enrique IV, firmó un privilegio para que su mesonero preparara el cochinillo serrano, que en estas tierras se cría, a la usanza y fuera troceado con un plato, que al estrellar sobre el suelo indicaría los comensales que podían participar en él.
Y a su alrededor crecen los mesones profusamente. Nosotros fuimos atendidos como reyes, degustando el preciado manjar, acompañado de otros productos de honda raigambre segoviana: la morcilla, la salchicha, el chorizo, jamón y ... la leche frita con helado.
Para recordar esta bonita excursión colocamos el relato que en esas fechas hicimos para la revista de Uceca.
Desde que Diego de Colmenares escribió en 1637, en su Historia de la insigne ciudad de Segovia la expresión de que esta ciudad es como una nave que se levanta en un mar de cereal, la hermosura de esta metáfora la ha definido por entero. La proa es su
Alcázar, emplazado en el agudo corte calcáreo de la confluencia de sus dos ríos: El Eresma y el Clamores. La catedral destaca como un mástil y el Acueducto semeja con sus arcadas las ventanas de una alta popa.
Nosotros entramos en la ciudad por la puerta de muralla de S. Andrés. Una placa recuerda que Quevedo la inmortalizó en su obra El Buscón D. Pablos.
Íbamos mirando el precipicio y los pinares del Pinarillo, por los que solía pasear S. Juan de la Cruz. Junto con Sta Teresa fundaron conventos en esta ciudad y en ella escribieron parte de sus poesías místicas. S. Juan murió en Úbeda y sus restos se trajeron a la ciudad en una comitiva a la que alude Cervantes en el Quijote. También este autor tiene su recuerdo en la ciudad, ya que por la plaza del Azoguejo pasan sus correrías Rinconete y Cortadillo.
Vemos en las casas algo muy típico de la ciudad: el esgrafiado que decora gran parte de los edificios. Esta artesanía consiste en raspar sobre los reboques de las fachadas dibujos artísticos, a veces grecas bordeando los vanos, a veces adornos que cubren casi todo el frente. Hoy en día sigue viva la tradición, aunque se emplean máquinas para realizarlo.
Llegamos al Alcázar. El edificio es magnífico, dicen que sirvió de inspiración a Walt Disney para el suyo. Varios reyes lo ocuparon y lo mejoraron. Desde él, Alfonso X hizo preguntas a las estrellas, sirvió de luna de miel a Felipe II, de asentamiento de la corte fabulosa de Juan II y el que se sintió en él como ciudadano segoviano, fue Enrique IV, que lo dotó de hermosas salas y lo revistió con un cariño especial. Luego su sucesora, Isabel la Católica, se tuvo que emplear a fondo para convertirse en la reina de la ciudad. Mujer extraordinaria, supo inclinar las voluntades a su voluntad y tuvo el apoyo de la segoviana Beatriz Bobadilla (Palacio de Moya). Después de jurar que respetaría los fueros segovianos fue coronada en la plaza de S. Martín.
Este rinconcito posee varios encantos, los arcos del claustro externo de la iglesia románica, el palacio de Enrique IV, el Torreón de Lozoya, mecenas que ayudó a redescubrir la ciudad con los literatos de principio de siglo XX, la torre de los D´Avila: guerreros, obispos, mecenas, que trajeron la imprenta en 1472, la estatua del comunero sacrificado, Juan Bravo, la plaza de las sirenas..., que son esfinges...
Lo que nos llamó poderosamente la atención fue contemplar la sinagoga convertida en clausura de clarisas, un edificio empinado en el cubo de la muralla, cuyo interior vela a ojos curiosos las bellezas de la antigua construcción. La guía nos enseñó la raja del muro, por donde escapó milagrosamente la Sagrada Forma, antes de recorrer la Catorcena de iglesias que ahora tienen el privilegio de celebrar las fiestas del Corpus. Muchas leyendas tiene la ciudad, algunas, como la dicha, emigran de una ciudad a otra, tratando de enseñar a los conversos el poderío cristiano. En las Peñas Grajeras, que lindan con el monasterio de la Fuencisla, patrona de la ciudad, se cuenta la de la judía Esther cristianizada como María del Salto, al salvarse tras ser arrojada desde ellas.
Pero la que no dejaremos de contaros es la de la construcción del Acueducto: Había una vez una muchacha aguadora, cansada de su trabajo, acepta la oferta del diablo: dar su alma a cambio de una traída de agua, que sería capaz de hacer en una sola noche. Pero milagrosamente salva su alma, el amanecer surge cuando le falta un sólo sillar.
La obra arquitectónica del arte para la utilidad, conducciones de agua desde los neveros de Sierra de Guadarrama. Sublimidad artística, el estilo de la simplicidad, la elegancia, la grandiosidad, piedras sin argamasa, salvando un gran desnivel.
Mucho queda por hablar de la ciudad, de su catedral: “la dama de las catedrales”(parece su ancha girola un hermoso polisón) con sus valiosas capillas y de la muestra que en ella se exhibe: obras de Gregorio Fernández, Juan de Juni y otras piezas de valor, que el guía trasmite con la acertada ayuda de un walky-talky individualizado.
Bajo el Acueducto está el restaurante de Cándido, famoso en la gastronomía mundial. Enrique IV, firmó un privilegio para que su mesonero preparara el cochinillo serrano, que en estas tierras se cría, a la usanza y fuera troceado con un plato, que al estrellar sobre el suelo indicaría los comensales que podían participar en él.
Y a su alrededor crecen los mesones profusamente. Nosotros fuimos atendidos como reyes, degustando el preciado manjar, acompañado de otros productos de honda raigambre segoviana: la morcilla, la salchicha, el chorizo, jamón y ... la leche frita con helado.
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