19 mayo 2010

Dos ciudades: El Burgo de Osma y Soria

Os doy mi palabra que no es por la comida, pero siempre tengo ganas de volver al Burgo de Osma, siempre estamos dispuestos a pasear sus calles, contemplar su arte, visitar los alrededores y también saborear su gastronomía. Nosotros ya hemos ido con UCECA tres veces pero en esta ocasión os narramos la visita que se publicó en  la Revista de marzo del 2002.
Es curioso que, comentando con algunos compañeros de la primera excursión que efectuamos al Río Lobos y la Laguna Negra, aún recordamos con afecto al guía, Víctor, que nos acompañó. Era tan buen divulgador, que después de pasado tanto tiempo, seguimos ahondando en las sensaciones que él supo trasmitir, leyéndonos pasajes de los escritores que han celebrado a Soria. Llevaba en el autobús libros al respecto y  nos deleitaba con estos cantores de hombres y paisajes, contándonos cosas de la cultura antigua o actual y revisando la naturaleza o la historia de esta bonita provincia.

Compartiendo estos recuerdos llegamos a Burgo de Osma.

Se cree que la primera población que aquí se estableció lo hizo en el poblado, patria de celtas arevacos, romanizado después con el nombre de UXAMA ARGELAZ. Se conservan restos arqueológicos de lujosas villas, termas, enterramientos que nos hablan del pasado glorioso de esta ciudad, ubicada junto a la vía que unía Astúrica con Caesaraugusta.

En la Edad Media el núcleo urbano fue defendido por un castillo situado en el cerro próximo, del que todavía se conservan tres recintos defensivos, debió de ser un lugar importante. Dicen que por aquí pasó de incógnito Fernando de Aragón para desposarse con Isabel de Castilla.

Anteriormente los musulmanes marcaron su impronta en estas tierras, como demuestra la toponimia y la magia misteriosa que subsiste por doquier, pensemos en Medinaceli, Calatañazor...

Miramos las tranquilas aguas del río Ucero, reflejando las murallas de la cerca y la torre catedralicia del actual Burgo de Osma...

El poblado primero, fue sustituído por un nuevo burgo, edificado en torno a la catedral, cuando Pedro de Osma fue elegido para congregar a los cristianos, ganadores del terruño recién arrebatado a los moros.

Como ciudad episcopal la visita a la catedral es indispensable. Además de las bellezas majestuosas del templo, el sepulcro románico, historiado y policromado, de S. Pedro de Osma, ejerce una fascinación especial, es una verdadera joya del arte funerario.

Merece una atención detallada la capilla del Venerable Palafox. Como un Escorial diminuto, contiene las obras de grandes artistas.

No hay que dejar de lado otra capilla, en la que la devoción se ha rendido ante el Cristo de los Milagros, crucificado románico, que perdió su pilosa melena en la restauración de las Edades del Hombre.

Pensaba hasta ahora, que también se conserva en la hermosa sacristía, un maravilloso Beato. En esta visita, nos dijo el guía del museo, que en el enjaulado recinto se muestra un facsímil, para evitar el robo, cuyo intento de hace pocos años lo confinó a los cuidados de los canónigos.

Comentando el trasnochado canturreo del guía del museo, sazonado de resentidas comparaciones, salimos de la primera iglesia soriana con ganas de calentarnos al incipiente sol.

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Agudizamos nuestro olfato, porque la visita es también gastronómica y en este campo hay que citar a uno de los grandes: El Restaurante Virrey Palafox y sus jornadas gastronómicas de la matanza del cerdo, catalogadas como de las mejores de España. Nos dirigimos allí y comimos:
" a cuerpo de rey" en el Virrey.

Dentro de las preparaciones turísticas para el evento, además de danzas tradicionales y mercadillo artesano, se pudo presenciar la matanza del cerdo que es el único animal:
" al que matamos primero para curarlo después."

Paseamos, después de comer, por las callejuelas porticadas de Osma, admirando sus construcciones tradicionales de maderamen y mampostería.


Partimos para Soria

Ya en el autobús comentábamos que cuando éramos jovencitos nos apasionábamos con las leyendas de Bécquer, que habíamos conocido la Soria literaria de "El monte de las ánimas" o de "El Claro de luna", ubicados junto a S. Juan de Duero y a San Polo, respectivamente. Que habíamos soñado con ese heroísmo imposible de Numancia, que habíamos palpitado con el paisaje sentimental de Machado, que habíamos batallado y vencido con el Cid por tierras y monasterios sorianos, que habíamos imaginado las tierras altas frías y bravas, como eran también sus vaqueras de la Finojosa, que habíamos dibujado la curva de ballesta en el mapa inverosímil de nuestros ensueños recitando a Gerardo Diego, a Dionisio Ridruejo a Machado y a tantos otros. Ahora lo recordábamos todo al pasar por los lugares, los lugares nos hablaban y nos hacían revivir.
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Mirando "los arbolitos pasar" nos acercamos realmente a la ciudad. Nos alojamos en nuestro dormitorio calentito y, añorando los tan cacareados fríos sorianos, salimos a pasear, atendiendo la llamada del poeta Gerardo Diego:

Paseo de portales
horas dulces y lentas
mirar, charlar, soñar
y dar vueltas, más vueltas.

El domingo empezamos la visita rodeando la ciudad, contemplando el río a sus pies. Nos acercamos a ella desde el Monte de las Ánimas e hicimos parada en S. Juan de Duero.

Este emblemático claustro, con sus arcos al aire, sosteniendo el puro cielo, nos confundió con su irregular simetría.

En el interior de la iglesia el marcado orientalismo de los monjes Hospitalarios de Jerusalem, quedaba patente en los dos templetes, uno a cada lado de la nave, en la entrada al presbiterio, uno cerrado por cúpula semiesférica y otro con cubierta
piramidal en el interior y cónica en su aspecto externo.

Es sorprendente el simbolismo que emanan sus formas pagana y cristiana, en un intento de aunar todas las tendencias, de unir los contrarios...
Me senté a contemplar esa rara belleza.

Vino el guía a sacarme de mis pensamientos:
-¿Tú sabes, -me dijo- por qué esa clave carece de columna?
Sin esperar mi respuesta continuó:
-Entre varias teorías arquitectónicas, me inclino a pensar... que fue para que pasara el abad, que era muy gordo.

Después de esta pizca de humor, el guía nos dio el paseo acostumbrado a S. Saturio. La ermita sobre la cueva se reflejaba en el río Duero y los chopos de sus orillas, cantados por Machado, con sus inscripciones en las cortezas, se alzaban junto a nosotros:

"He vuelto a ver los álamos dorados
Álamos del camino en la ribera
Del Duero, entre San Polo y San Saturio..."

El recorrido matutino nos acercó a todos los rincones de la ciudad. Desde el jardín, dedicado a Cervantes, por propagar la fama de los numantinos, con su obra Numancia, caminamos por la zona peatonal, con variado comercio, a la plaza Mayor.

Admiramos los palacios de algunas de las doce familias que unió Alfonso VIII, en española mesa redonda. Contemplamos las iglesias de hechura ejemplar, como Santo Domingo.

Callejeamos en torno al Instituto y, por supuesto a los mesones, que se apiñan en la zona vieja.

Buscad en vuestros sentimientos machadianos, porque no quiero que penséis que pudiéramos pasar por alto la visita al cementerio, tan bien mimetizado con el paisaje de la ciudad. Algo que comprobamos cuando la contemplamos desde el balcón del Hotel Leonor, que desde el alto del Mirón se alza en su recuerdo y, donde comimos todo el grupo UCECA.

Antes de emprender regreso a nuestras diferentes provincias evocamos la nostalgia que, como Machado, podríamos sentir en el futuro:

"Adiós tierra de Soria, adiós al alto llano
Cercado de colinas y crestas militares
Alcores y roqueras del yermo castellano
Fantasmas de robledos y sombras de encinares!
En la desesperanza y en la melancolía
De tu recuerdo Soria, mi corazón se abreva
Tierra de alma, toda hacia la tierra mía
por los floridos valles mi corazón te lleva."