06 diciembre 2013

Espeleología, en buena compañía


No sé si empezar parafraseando a nuestro inmortal Cervantes diciendo: “En un lugar de las montañas de León de cuyo nombre no quiero acordarme…” ¡Había una cueva! Y aunque en esta ocasión no era la de Montesinos, yo sentía una gran curiosidad.

La historia había comenzado unas semanas antes, con la vista a una ermita en lo alto de una loma, con abundantes leyendas de templarios, tesoros y pasadizos secretos excitando nuestra imaginación. Ya se sabe que en caso de estos caballeros, los tesoros suelen ser “espirituales”, pero los subterráneos pueden servir para darse a la fuga en caso de que las situaciones vengan mal dadas.


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Como en mi opinión, solían aprovechar fortificaciones y cuevas preexistentes, le pedí a mi amigo Pelayo que investigara un poco entre los cazadores del entorno. Preferentemente, debería interrogar al grupo de los “senior”, pues los jovencitos de ahora, si se entretienen con la Game Boy desconocen la ubicación de las cuevas, que utilizaron sus antepasados para refugiarse de la lluvia mientras cuidaban el ganado vacuno, caballar y ovino tan abundante antaño. Sin embargo siempre quedan moz@s aguerridos amantes de la naturaleza, capaces de compaginar ambos entretenimientos y así con la información de cazadores senior y la destreza de espeleólogos jóvenes, llevamos a cabo la aventura.

Y fue de este modo, como en un sitio increíble, cerca de la antigua encomienda templaría de …¡ Caramba, casi se me escapa! Pero, no adelantemos acontecimientos pues nos pedimos el derecho de de ser los primeros en terminar de explorarla.

espeleólogosTuvimos que agrandar un poco la entrada a la misma con nuestros pies, pues algunos estamos un poco rellenitos y no cabemos por el boquete. Procuramos ser ecológicos y no estropearle el nido a un tejón que andaba por allí, según me informaron mis expertos compañeros, debido a las huellas y excrementos recientes depositados en el barro del suelo. Ya me lo imagino corriendo por el túnel mientras se c….a en la madre que parió a los ruidosos urbanitas que aparecieron en su casa sin ser invitados.









Caminamos por un largo túnel de casi 200 metros de longitud, esquivando el bombardeo de las gotitas de agua que desde el techo nos lanzaban las estalactitas, mientras Gonzalo que es un profesional en esto de la espeleología llamaba nuestra atención sobre las formaciones que iban apareciéndose en nuestro recorrido. El espectáculo tenía un poco de fantasmagórico y fantasmagóricos me parecían a veces mis compañeros a la escasa luz del candil.

La belleza de esos caprichos de la naturaleza es extraordinaria y casi imposible de plasmar en las fotografías.

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Al paso de nuestra luz artificial vimos algunos extraños animalitos que observaban nuestro discurrir a través de los laberínticos túneles que nos rodeaban. En la foto podéis contemplar una especie de caracol, aunque a mí a simple vista me pareció una almeja.

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Otros algo más grandes y conocidos a través de las películas, que son las que nos dan mucha culturilla a los españoles de antes. Me refiero a los parientes lejanos del siniestro conde Drácula, gracias a Dios en este caso inofensivos.

Gonzalo ¿no os he dicho que es también ecologista? Nos advirtió hasta la saciedad que no hiciéramos ruido, evitando perturbar su letargo invernal, pues si despiertan perderían su reserva de energías, volando sin encontrar alimento, como en verano.

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Cuando llegamos a una gran sala central, no quisimos seguir avanzando más, varias grutas se abrían ante nuestra mirada provocando nuestra curiosidad. Sobre todo atrajo nuestra atención una de ellas, semi tapada por algún derrumbe rocoso. A duras penas conseguimos retirar las piedras y lanzar un pequeño canto por el agujero, que rebotó en las paredes y sonó a hueco ¿Será el paso a una sala inferior o estaremos por fin ante la codiciada gruta de los tesoros?

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Siento deciros, como en las novelas baratas que continuará en otra ocasión, pues nosotros estábamos muy cansados para indagar más.
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Así que emprendimos el viaje de regreso, para salir de nuevo por el agujero por el que habíamos entrado.

Una vez fuera, y teniendo en cuenta el heroísmo demostrado por mis compañeros, con una rama de roble que recogí para la ocasión, por el gran heroísmo demostrado durante todo el día, al acompañarnos sin quejarse, nombré a Pelayo caballero de la “Orden de la Cueva” sociedad secreta creada por mí, para tan magna ocasión y a Gonzalo, por haber soportado sin rechistar a dos “carrozas” durante todo el día, gran maestre en calzoncillos, de la misma e importante Orden.

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Queda dicho.

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