15 abril 2006

La Coruña y Las Fragas del Eume

Aquella mañana del año 2003,con mucha alegría tomamos el camino de Santiago. Íbamos saliendo de León, por el Camino de Santiago, reflexionando en su fuerza, aunque cómodamente sentados en el autobús y desde él, siempre asomados a la ventanilla, contemplábamos cómo nos alejábamos de la ciudad de León con su catedral sobresaliendo por encima del caserío, blanca como una llama de plata.
Luego al acercarnos a Astorga, la estampa del valle, con el cerro en el que se alza la ciudad y dominando todo, la catedral sonrosada, constituía un espectáculo hermoso en esta mañana de verdor primaveral. Nos mandaban sus rumores los altos de los montes, primero el señorial Teleno, luego los Aquilanos, con la Aquiana mirando a Ponferrada y después las redondeadas elevaciones que ascendían al puerto del Cebrero, monumento natural en el que nos sentíamos parte, pequeña, pero fundamental, en el desarrollo de este camino santiagueño tan universal y personal a la vez. Y ya entrábamos en Galicia...Teníamos ganas de realizar esta excursión a las Fragas del Eume, parque natural privilegiado, en el que la naturaleza vegetal y las aguas sonoras del río son capaces de trasportarnos a un verdadero paraíso.
El término de fraga significa en gallego bosque. Bosque autóctono e intrincado de vegetación y de vida campesina, como el descrito por Wenceslao Fernández Flórez en su obra El bosque animado, que se llevó al cine con éxito, por el buen hacer de nuestros actores españoles.
La Fraga del Eume ha sido catalogada como una de las selvas atlánticas caducifolias mejor conservadas de Europa y de las más extensas de Galicia. Descendimos desde la carretera por una senda zigzigueante entre arbustos y árboles caudales. La espesura de la capa vegetal en el primer tramo del recorrido es abrupta e intrincada.
Cuando era más enmarañada la trocha, nos dimos de bruces con la iglesia de piedra o lo que quedaba del suntuoso monasterio de S. Juan de Caaveiro(s.XII), que, como si de un ser humano se tratara, trepaba sobre un pequeño montículo, señoreando desde el corazón mismo de la fraga. Aquí, en el siglo X, llevó su vida de oración S. Rosendo, obispo de Dumio, fundador de sangre real, hijo de santa Ilduara, hermano de santa Adosinda. En este cenobio, no lejos de castros celtas y restos romanos, entre fragosidades y gargantas, se recibió a Alfonso VII, floreció una culta colegiata y se vivió entre esplendores y desgracias hasta que la desamortización lo llevó a la ruina.
Parecía abrirse al paisaje, edificando su espadaña-torre como puerta a los vientos, como arco triunfal en la mitad de una angosta vía.
Buscando el ambiente por donde anduvieron los monjes, investigamos los alrededores, llegando a contemplar el molino que, aún ruinoso,
marcaba un recodo bellísimo, con la proximidad del alto puente de un solo arco. El lugar parecía similar al de Los puentes del Malpaso, que salió en la última revista, como podéis apreciar. Revivíamos el murmullo del agua en los saltos del río, que se sucedían sobre las piedras.., la luz tamizada por las vibrantes hojas de los árboles, el ojo del puente mirándonos socarrón.
De allí fuimos a encontrarnos con el ancho lecho del río, disfrutando de una senda turística pavimentada y llana que avanzaba paralela a la calmosa marcha del río Eume. En su quieta superficie espejaba la vista de robles rebojos de hoja grande y tierna, de acebos brillantes, avellanos de largos dedos, alisos, castaños frondosos, abedules centelleantes... Junto al agua, el bosque de ribera dotado de laureles, madroños, arces, tejos y olmos...
El guía nos contó la riqueza del parque por las diferentes clases de helechos y hiedras, por la riqueza faunística: las aves, algunas acuáticas, los peces y hasta raros insectos.

Para la comida regresamos al hotel Rías Altas, situado en la Playa de Santa Cristina, que nos ofreció la posibilidad de utilizar sus instalaciones deportivas. Otros paseamos por la playa o nos acercamos al núcleo urbano de Perillo-Oleiros o nos fuimos en el autobús hasta Coruña.
A la mañana siguiente todos estuvimos en la Coruña para mirar la costa desde el emblemático faro de Hércules, para admirarnos de la mejora urbanística de la zona deportiva, para desear la visita del museo del mar o del Domus, la casa de las ciencias. Fuimos a callejear por la zona de copas, sin olvidarnos de degustar los típicos productos gallegos, a fotografiar a María Pita y su plaza Mayor, a pasear la zona portuaria con sus jardines, contemplando el parterre del reloj... A compartir con los compañeros comentarios sobre las casas acristaladas y su arquitectura modernista...y otros puntos de vista sobre el trabajo y el ocio, la vida y la muerte, sobre la alegría y el dolor, sobre todo lo humano y lo divino.
Y tras comer en el hotel, despedida, siempre triste y más en la tierra de la saudade, nos gustaría quedarnos, pero nos conformaremos con regresar y reencontrarnos.
Para saber más:
http://www.xunta.es/conselle/cma/montes.htm

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