30 noviembre 2012

Nieve en Geras de Gordón

Hoy viajamos hasta Geras de Gordón, para disfrutar de la primera nevada del año. Este pueblo y sus alrededores constituye uno de nuestros lugares preferidospara disfrutar de la montaña. Ved nuestras fotos.

Geras de Gordón

Como este pueblo es uno de nuestros favoritos, al que venimos a menudo aquí tenéis otro relato.
Mi abuelo Juan Sabugal era de Barrios de Gordón, de donde salió de joven a trabajar en las vías y obras del ferrocarril de la hullera, que entonces se trazaba para dar salida al carbón de estas tierras hacia los altos hornos de Bilbao. En Geras vivía su hermano, el tío Salustiano, la tía Salvadora y los primos Gabriel, Pepe, Laudelino y Pilar. Mi familia venía a visitarles y mis hermanas Pili y Tere dieron clase en la escuela de este pueblo, pero ya hace muchos años de esto.
Ahora he sabido que cuando mi madre estaba esperando mi nacimiento vivían unos familiares aquí que tenían una hija muy guapa que se llamaba Rosamari y así quiso llamarme mi madre.

Geras de Gordón

Esto iba pensando mientras contemplaba la inmensidad del paisaje blanco. Todavía no había nevado en León, aunque todo el mapa de España estaba amenazador de copitos de nieve, cuando se daban las previsiones meteorológicas.

En la capital apenas cayeron chispitinas, que no llegaron a cuajar, pero veíamos las montañas de los alrededores de la capital, blancas y a ratos relucientes por el sol. Así que decidimos ir a buscar la nieve y la verdad, que disfrutamos un montón. Ya la carretera estaba limpia y los quitanieves habían dejado un borde blanco por toda la cuneta y en las curvas la altura crecía.

Geras de Gordón

Las montañas, casi blancas, dejaban ver los bosques renegridos, entre praderas de un manto de nieve inmaculado. El cielo también blanco, casi se confundía con los picos de la montaña, salvo en los casos en los que aparecían esas nubes cargadas de nieve, que danzaban entre multitud de tonos grisáceos.

Geras de Gordón

Los árboles lucían bolas de nieve, que se mantenían pegadas a las ramas, aquí y allá, en estraño equilibrio.

Despacito, observando cada pueblo al pasar, llegamos a Geras de Gordón y aparcamos para pisar la nieve y fotografiar los detalles.

Geras de Gordón

Cuando era niña había un taxista en León, que era de Geras y mi familia le encargaba sus viajes, como amigo que era. Yo me acuerdo de un viaje que hicimos hasta aquí en su taxi. Anochecía y me acosté en los asientos traseros. A través de la ventanilla iba viendo el cielo, bailando en curvas y curvas del camino. Me parecía una enorme distancia desde León, iba como en un mareo, me impresionaba la montaña, los túneles, las tenues luces de los pueblos, el frescor de la noche húmeda.

Cuando hoy llegamos al pueblo salía el hijo de Manolo, del Restaurante Entrepeñas, donde siempre paramos a degustar su deliciosa cocina y comprar sus productos de matanza. Iba lanzando al aire a un pajarito caído. ¡Qué guapo era y estaba anillado! Había más entre las ramas próximas al río, tal vez era una pandilla que viajaba a lejanas tierras.

Geras de Gordón

Geras de Gordón

Lo primero que nos llamó la atención fue este pajarito precioso, de pecho amarillo y azul, que parecía conversar con el perro, que se aproximaba con aspecto familiar.

Enseguida quisimos plasmar cada detalle del pueblo. Eran muy hermosos todos sus tejados blancos, algunos formando hileras.

Geras de Gordón

Apreciábamos cada detalle, el caserío vestido de blancor, los jardines por delante de las casas con sus pompones de bolas, los aleros adornados con amenazadores chupiteles de hielo, el tímido sol haciendo brillos tras las nubes.

Geras de Gordón

Los frutales silvestres, aún tenían pequeñas manzanas amarillas, que semicubiertas por la nieve, parecían bolas de adorno de un árbol de navidad.

Geras de Gordón

Las agabanzas brillaban con sus semillas rojas entre la nieve, incluso los tallos mostraban colores más intensos en contraste con la blancura del paisaje.

Geras de Gordón

Luego fue un lujo encontrar la fuente, cargada de nieve. Se había ido amontonando al retirarla de la carretera y el agua del pilón estaba medio helada. Aún el chorrito caía juguetón haciendo temblar el hielo y produciendo reflejos y gorgoritos.

La capa de nieve caída sobre los tejados se escurría lentamente en agudos cuchillos de hielo que brillaban hasta la última gota, temblona como un punto de luz.

Geras de Gordón

Caminando por las calles todos los detalles nos sorprendían. Los edificios medio derruídos, vestían los rebordes de sus muros con nieve virgen y de lejos ofrecían un aspecto curioso de construcciones geométricas.

Geras de Gordón

Las callejinas estrechas acumulaban nieve pura, sin pisar, que quizá perduraría durante mucho tiempo allí.

Geras de Gordón

Bajo un galpón un caballo nos observaba paciente, sin preocuparse en saber cuánto tiempo duraría su inactividad.

Geras de Gordón

La iglesia del pueblo sobresalía entre el caserío, con la cruz de su espadaña recrecida por un manto de nieve y el pino de su jardín brillaba más verde con los contornos blancos de algunas de sus ramas.
Allí nos detuvimos a admirar la piedra con la inscripción, de la que tuvimos noticia a través del blog de un amigo de Geras, cuya esposa y familia conocimos a través de nuestros hijos.

Geras de Gordón

Cuando llegamos al río, la perspectiva del pueblo era magnífica. Esta estampa, donde nos hemos fotografiado con los hijos de los primos en las visitas veraniegas, es un símbolo del pueblo.

Geras de Gordón

El puente blanco en su suelo, resaltaba con los grises humedecidos de los sillares de sus basas.

Geras de Gordón

El adorno de sus polletes, con las bolas que los remataban, estaban tapizados de gruesa capa de nieve pura.

Geras de Gordón

El agua del río gris azulada, discurría entre orillas de blanca nieve, que se mantenía en los bordes y a veces sobre algunos de los cantos rodados o grandes pedruscos.

Geras de Gordón

Junto al puente estaba Luci, una vecina de la casa de los tíos, que por los santos estuvo charlando con mi prima Pilar. También nosotras charlamos y me dijo que sabía de ella a través de Sara que era del pueblo de su marido y me mandó recuerdos para las dos. Ella se acordaba de la tía Salvadora, cuando se fue del pueblo para vivir con su hija Pilar. Echamos una ojeada al puente y recordé cuando se casó Pilar y los mozos corrieron la rosca en el puente. Era una boda preciosa, las mozas las vinieron a cantarle el ramo a la novia, a la casa. El corral de la entrada estaba preparado al efecto con varias mesas, con pañitos blancos llenos de puntillas, sobre los que abundaban dulces y bebidas, para los que llegaran a agasajar a la novia.
Hacia el pueblo llegaban por la carretera unos caballos con su potrillo, tan formalitos y solitarios. Nosotros dijimos adiós al pueblo y también nos dirigimos a nuestra casa, fotografiando desde la carretera y mirando embobados el paisaje azul y blanco.

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