27 octubre 2008

Faedo de Ciñera, excursión de la Jcyl

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Aprovechando la mágica estación otoñal, hemos visitado el Faedo de Ciñera. El grupo de la Junta iba bien aprovisionado de información sobre las características ecológicas y socio-culturales de la zona, pero además de eso, fuimos recibidos por representantes del Ayuntamiento y acompañados por la guía que nos deleitó con numerosos detalles.


Íbamos dispuestos a pasar un día de compañerismo, compartiendo paseo y opípara comida.

Por supuesto, antes de llegar al bosque, le hicimos homenaje a estas tierras mineras, escuchando los pormenores de la formación del pueblo de Ciñera, del pozo 50 y observando las instalaciones del pozo Ibarra.

Avanzábamos hacia el Faedo, cargados de ilusión por descubrir de nuevo este bosque encantado, con su maravillosa mezcla de colores, amarillos de los chopos y salgueros, que bordean el arrollo junto a la campa, verdes de las encinas, que dominan sobre la roca caliza y marrones de los troncos o rojos, de las hojas de las hayas.

Mirábamos los árboles con admiración, porque estas hayas se han adaptado a su medio, consiguiendo unas formas poco habituales en otros lugares, consiguiendo unos troncos más gruesos y cortos y unas ramas configuradas como copas de vino, quizá para soportar el peso de la nieve, que suele cubrirlas más que en otras zonas.

Las cámaras de fotos inmortalizaron algo de lo que admirábamos en tan variados puntos de interés...

Y luego vino la hoz, con la roca blanca, ennegrecida en hilitos, de las escorrentías de agua filtrada en minerales, del interior de la tierra. Subíamos por una senda empinada o por el puente de palos, cuando el espacio era tan estrecho que no había más que roca viva. El arroyo bajaba repartido en pequeños remansos, los llamados “marmitas de gigante” y había conseguido, a través de miles de años, formar cuevas y modelar cúpulas en las dos peñas que lo limitaban. P1030304En una de esas pequeñas estancias nos contemplaba un rebeco, que acabó posando para nuestras fotos, como si nos comprendiera.

Seguimos subiendo en espacios más abiertos, desde donde se veía la vertiente que venía de Villar del Puerto y accedimos a la carretera que acababa en La Vid. Fue un paseo descendente, por un valle amplio y soleado, que nos dio la oportunidad de fotografiar largos estratos en las montañas, praderías con ganado bovino, otro bosque de hayedos y muchos rincones con hermosos chopos de hojas doradas tililando al sol.

Al llegar al río Bernesga tomamos una senda que en pocos pasos nos llevó a Ciñera, donde nos esperaba el autobús que nos acercó a Vega de Gordón. Comimos placidamente, compartiendo nuestras impresiones y aún disfrutamos de la sobremesa y del paseo por los alrededores del pueblo.

P1030375Estábamos paseando cerca de la vía, cuando un sonido nos previno de la llegada del tren. Visto y no visto, pasó por nuestro lado como una exalación y con las mismas, nosotros tomamos el camino hacia casa, eso sí, en el mismo autobús que nos había traído.

Rafa y Rosi

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