Hay placeres que no tienen precio, como contemplar una puesta de sol, un amanecer en la playa o en este caso, visitar un hayedo...
Nosotros lo disfrutamos esta primavera, entre remolinos de agua en los montones de hojas rojizas que yacían por doquier.
Ahora volveremos en otoño, con su maravillosa mezcla de colores, amarillos de los chopos, verdes de los pinos, marrones de los castaños y rojos de las hayas. Si además, la visita es guiada y acompañados de buenos amigos ¿qué más se puede pedir?.
Armados de mochila y chubasquero, dejamos el autocar en la localidad de Ciñera, cuyo topónimo según D. Pio Cimadevilla puede provenir de Cinis (ceniza) y Aria (era) debido posiblemente, a la explotación en la antigüedad de una veta de mineral de hierro. Otros topónimos la harían provenir de “cenia” (molino) o del latín “ciñere”(ceñir) justificado por las rocas y peñas que rodean al pueblo. El termino Faedo proviene del bable astur-leonés y quiere decir hayedo.
Salimos por el camino del cementerio, siempre junto al río, vamos dejando los últimos huertos hasta encontrarnos con una bocamina abandonada con sus vías y vagonetas. Podemos recordar su pasado reciente... y es que si hasta la primera mitad del siglo XIX el pueblo vivió gracias a la agricultura, a partir de 1840 comienza la explotación del carbón hasta convertirse en el primer productor de la provincia de León. Aunque las primeras minas habían comenzado a funcionar en el s. XIX, no es hasta 1919 cuando la Hullera Vasco-leonesa se decide a comenzar los trabajos del primer pozo de extracción, que con 150m. de profundidad y 31,5 de altura, se terminaría de construir en 1930. Estuvo en servicio hasta 1996 y resistió la dinamita que trataba de destruirlo en la guerra civil. Junto a él se fotografiaron generaciones de mineros y al igual que Fagus, resiste el paso de los años, formando parte de la historia y del paisaje.
Antes de ponernos en camino habíamos leído el cuento de Dª Josefina Diez, vecina de Ciñera y el librito “El carbón de Haeda” con el que nos habíamos hecho una idea de la magia del lugar, con bruja buena incluido. Me impresionó leer en el libro que, hace unos 400 millones de años, este lugar constituía el fondo de un mar poco profundo y salpicado de islas. En la parte dedicada a la geología, nos cuenta Dª Esperanza Fernández que todos los cambios bióticos han quedado reflejados en las rocas, que ahora contemplamos a lo largo del camino. En principio dos tipos de roca: Una, la constituida por cantos de arena y limos, que se destruyen por los efectos del hielo y la lluvia, que generan luego valles y colinas cubiertas de vegetación, y otra, la constituida de rocas calizas, formadas por carbonatos y calcio disueltos por el agua de ese antiguo mar, que genera las peñas grises, que se van alternando con las zonas verdes, debido a los movimientos del fondo marino del paleozoico. Como consecuencia de los choques, las rocas se rompieron en trozos alargados en dirección este-oeste a lo largo de todo el valle. Según caminábamos iba reconociendo lo que había leído.
La capa de debajo del arroyo, que la autora del reportaje nos dice que recibe el nombre geológico de Formación Oville, procede de arcillas de 500 millones de años de antigüedad, está ahora cubierta por un manto de tierra y hierba: Es rica en fósiles trilobites.
Siguiendo por el camino observamos luego capas de carbón pertenecientes a la Formación Pastora, del Carbonífero Superior (310 M.M de años) con abundantes fósiles vegetales que fueron depositados en aquella época en pequeños lagos rodeados de vegetación.
Más adelante nos encontraremos con un farallón de tonos rojizos y grises, calizas de Formación Láncara. Los fósiles aquí son de invertebrados que constituyeron uno de los ecosistemas más antiguos de nuestro planeta. Pequeñas conchas de braquiopodos, trilobites y “carpoideos”.
Nos encontramos después una zona amplia con vegetación, es una Formación Huerga del Devonico, (380 M.M. de años) que se formó en una gran falla. Al final de la cual empezamos a distinguir el faedo.
El sustrato es aquí de naturaleza calcárea. La caliza se erosiona por disolución y no genera suelo, salvo pequeños depósitos de arcilla en las fisuras, favoreciendo la germinación de las semillas de hayucos. Después las raíces se van sujetando mejor en las rocas.
Reconozco que nunca me había interesado mucho por la geología pero este artículo de Dª Esperanza Fernández Martínez me impresionó por su claridad didáctica, a la hora de comprender el terreno por el que me movía.
Habíamos cruzado un par de puentes muy bien reconstruidos por la asociación ADELFA. En realidad el camino que ahora seguíamos era el mismo que seguían antiguamente los mineros para acudir a su trabajo desde Villar del Puerto y el valle de Vegacervera.
Sentimos la agradable sensación de pisar la alfombra de hojas secas y nos fotografiamos junto a "Fagus", el haya de 500 años de antigüedad y más de 23 metros de altura, que con más de 6 de ancho tiene el honor de estar entre los 100 árboles más singulares de España.
Continuamos por el sendero hasta el “puente de los palos” que da acceso a la hoz y pudimos contemplar las “marmitas de gigantes”, una especie de spá que la naturaleza y el río han diseñado de forma caprichosa, para que los jóvenes del lugar pudieran utilizarlo a modo de grandes bañeras relajantes.
Si tenemos suerte, siempre acompañados por los trinos de las especies de pájaros que pueblan el bosque, habremos contemplado también el majestuoso vuelo de algún buitre leonado, buscando las corrientes de aire caliente o algún animal muerto para comer.
Madrugando un poco (ese no es nuestro caso) veremos nadar en el río al desmán ibérico. Este animalito, de la misma familia de los topos, se adaptó a la vida acuática hace 15 millones de años. En la actualidad sólo se conservan dos géneros: el galemys ibérico y el desmán ruso, por lo que estamos ante un tesoro biológico, en peligro de extinción, que hay que conservar.
Con la proliferación de coches y autocares las costumbres cambiaron, el puente de los palos y el camino del faedo cayeron en el olvido, hasta que un grupo de gentes emprendedoras lo rescataron de nuevo. Hoy este entorno se encuentra dentro de la reserva de la Biosfera del alto Bernesga y en el año 2007 fue galardonado con el premio del Ministerio de Medio Ambiente, como el “bosque mejor cuidado”. Y es que Haeda, la bruja buena sigue cuidando del lugar y sus gentes.
¡Ah! ¿Qué no conocéis esta historia?
Pues, érase que se era … en un tiempo muy lejano de grandes nevadas, cuando los niños jugaban por estos valles, mientras sus padres buscaban comida y leña para protegerse del frío invierno. Había también una bruja que, como todas las brujas, tenía que realizar una maldad nueva cada día para alimentarse y seguir viva. Pero a nuestra bruja le gustaban las vocecillas de los niños mientras jugaban y correteaban en su valle, ella se sentía feliz. Así que al llegar la noche, para que no se enfriaran, Haeda juntó unas piedras y haciendo acopio de magia ¡Zas! Con un rayo las prendió e hizo un fuego y todos pudieron dormir calentitos.
Al día siguiente, vinieron aún mas niños para corretear y reír contentos por el valle y Haeda volvió a prepararles las rocas para hacer un fuego mayor aún que el de la noche anterior, pero ella notaba que al realizar esta buena acción su cualidad de bruja se iba debilitando. Al no haber realizado maldades los días anteriores, iba perdiendo sus podres.
Así que, llegado el tercer día, haciendo acopio de todas las fuerzas que le quedaban preparó toda la montaña que rodeaba el valle para que nunca, nunca les faltase carbón a las buenas gentes del lugar. Ella se esfumó en el aire, junto al haya centenaria. Se sacrificó por ellos, pero los niños de todos los colegios del valle siguen viniendo para, con sus voces y su juegos, hacerla feliz para siempre.
Rosi y Rafa
Nosotros lo disfrutamos esta primavera, entre remolinos de agua en los montones de hojas rojizas que yacían por doquier.
Ahora volveremos en otoño, con su maravillosa mezcla de colores, amarillos de los chopos, verdes de los pinos, marrones de los castaños y rojos de las hayas. Si además, la visita es guiada y acompañados de buenos amigos ¿qué más se puede pedir?.
Armados de mochila y chubasquero, dejamos el autocar en la localidad de Ciñera, cuyo topónimo según D. Pio Cimadevilla puede provenir de Cinis (ceniza) y Aria (era) debido posiblemente, a la explotación en la antigüedad de una veta de mineral de hierro. Otros topónimos la harían provenir de “cenia” (molino) o del latín “ciñere”(ceñir) justificado por las rocas y peñas que rodean al pueblo. El termino Faedo proviene del bable astur-leonés y quiere decir hayedo.
Salimos por el camino del cementerio, siempre junto al río, vamos dejando los últimos huertos hasta encontrarnos con una bocamina abandonada con sus vías y vagonetas. Podemos recordar su pasado reciente... y es que si hasta la primera mitad del siglo XIX el pueblo vivió gracias a la agricultura, a partir de 1840 comienza la explotación del carbón hasta convertirse en el primer productor de la provincia de León. Aunque las primeras minas habían comenzado a funcionar en el s. XIX, no es hasta 1919 cuando la Hullera Vasco-leonesa se decide a comenzar los trabajos del primer pozo de extracción, que con 150m. de profundidad y 31,5 de altura, se terminaría de construir en 1930. Estuvo en servicio hasta 1996 y resistió la dinamita que trataba de destruirlo en la guerra civil. Junto a él se fotografiaron generaciones de mineros y al igual que Fagus, resiste el paso de los años, formando parte de la historia y del paisaje.
Antes de ponernos en camino habíamos leído el cuento de Dª Josefina Diez, vecina de Ciñera y el librito “El carbón de Haeda” con el que nos habíamos hecho una idea de la magia del lugar, con bruja buena incluido. Me impresionó leer en el libro que, hace unos 400 millones de años, este lugar constituía el fondo de un mar poco profundo y salpicado de islas. En la parte dedicada a la geología, nos cuenta Dª Esperanza Fernández que todos los cambios bióticos han quedado reflejados en las rocas, que ahora contemplamos a lo largo del camino. En principio dos tipos de roca: Una, la constituida por cantos de arena y limos, que se destruyen por los efectos del hielo y la lluvia, que generan luego valles y colinas cubiertas de vegetación, y otra, la constituida de rocas calizas, formadas por carbonatos y calcio disueltos por el agua de ese antiguo mar, que genera las peñas grises, que se van alternando con las zonas verdes, debido a los movimientos del fondo marino del paleozoico. Como consecuencia de los choques, las rocas se rompieron en trozos alargados en dirección este-oeste a lo largo de todo el valle. Según caminábamos iba reconociendo lo que había leído.
La capa de debajo del arroyo, que la autora del reportaje nos dice que recibe el nombre geológico de Formación Oville, procede de arcillas de 500 millones de años de antigüedad, está ahora cubierta por un manto de tierra y hierba: Es rica en fósiles trilobites.
Siguiendo por el camino observamos luego capas de carbón pertenecientes a la Formación Pastora, del Carbonífero Superior (310 M.M de años) con abundantes fósiles vegetales que fueron depositados en aquella época en pequeños lagos rodeados de vegetación.
Más adelante nos encontraremos con un farallón de tonos rojizos y grises, calizas de Formación Láncara. Los fósiles aquí son de invertebrados que constituyeron uno de los ecosistemas más antiguos de nuestro planeta. Pequeñas conchas de braquiopodos, trilobites y “carpoideos”.
Nos encontramos después una zona amplia con vegetación, es una Formación Huerga del Devonico, (380 M.M. de años) que se formó en una gran falla. Al final de la cual empezamos a distinguir el faedo.
El sustrato es aquí de naturaleza calcárea. La caliza se erosiona por disolución y no genera suelo, salvo pequeños depósitos de arcilla en las fisuras, favoreciendo la germinación de las semillas de hayucos. Después las raíces se van sujetando mejor en las rocas.
Reconozco que nunca me había interesado mucho por la geología pero este artículo de Dª Esperanza Fernández Martínez me impresionó por su claridad didáctica, a la hora de comprender el terreno por el que me movía.
Habíamos cruzado un par de puentes muy bien reconstruidos por la asociación ADELFA. En realidad el camino que ahora seguíamos era el mismo que seguían antiguamente los mineros para acudir a su trabajo desde Villar del Puerto y el valle de Vegacervera.
Sentimos la agradable sensación de pisar la alfombra de hojas secas y nos fotografiamos junto a "Fagus", el haya de 500 años de antigüedad y más de 23 metros de altura, que con más de 6 de ancho tiene el honor de estar entre los 100 árboles más singulares de España.
Continuamos por el sendero hasta el “puente de los palos” que da acceso a la hoz y pudimos contemplar las “marmitas de gigantes”, una especie de spá que la naturaleza y el río han diseñado de forma caprichosa, para que los jóvenes del lugar pudieran utilizarlo a modo de grandes bañeras relajantes.
Si tenemos suerte, siempre acompañados por los trinos de las especies de pájaros que pueblan el bosque, habremos contemplado también el majestuoso vuelo de algún buitre leonado, buscando las corrientes de aire caliente o algún animal muerto para comer.
Madrugando un poco (ese no es nuestro caso) veremos nadar en el río al desmán ibérico. Este animalito, de la misma familia de los topos, se adaptó a la vida acuática hace 15 millones de años. En la actualidad sólo se conservan dos géneros: el galemys ibérico y el desmán ruso, por lo que estamos ante un tesoro biológico, en peligro de extinción, que hay que conservar.
Con la proliferación de coches y autocares las costumbres cambiaron, el puente de los palos y el camino del faedo cayeron en el olvido, hasta que un grupo de gentes emprendedoras lo rescataron de nuevo. Hoy este entorno se encuentra dentro de la reserva de la Biosfera del alto Bernesga y en el año 2007 fue galardonado con el premio del Ministerio de Medio Ambiente, como el “bosque mejor cuidado”. Y es que Haeda, la bruja buena sigue cuidando del lugar y sus gentes.
¡Ah! ¿Qué no conocéis esta historia?
Pues, érase que se era … en un tiempo muy lejano de grandes nevadas, cuando los niños jugaban por estos valles, mientras sus padres buscaban comida y leña para protegerse del frío invierno. Había también una bruja que, como todas las brujas, tenía que realizar una maldad nueva cada día para alimentarse y seguir viva. Pero a nuestra bruja le gustaban las vocecillas de los niños mientras jugaban y correteaban en su valle, ella se sentía feliz. Así que al llegar la noche, para que no se enfriaran, Haeda juntó unas piedras y haciendo acopio de magia ¡Zas! Con un rayo las prendió e hizo un fuego y todos pudieron dormir calentitos.
Al día siguiente, vinieron aún mas niños para corretear y reír contentos por el valle y Haeda volvió a prepararles las rocas para hacer un fuego mayor aún que el de la noche anterior, pero ella notaba que al realizar esta buena acción su cualidad de bruja se iba debilitando. Al no haber realizado maldades los días anteriores, iba perdiendo sus podres.
Así que, llegado el tercer día, haciendo acopio de todas las fuerzas que le quedaban preparó toda la montaña que rodeaba el valle para que nunca, nunca les faltase carbón a las buenas gentes del lugar. Ella se esfumó en el aire, junto al haya centenaria. Se sacrificó por ellos, pero los niños de todos los colegios del valle siguen viniendo para, con sus voces y su juegos, hacerla feliz para siempre.
Rosi y Rafa
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