10 diciembre 2015

S. Bartolomé de Rueda

Nos despedimos del pueblo de Valporquero de Rueda y Tinina nos acompañó, pues queríamos visitar antes de que oscureciera la próxima localidad, de la que teníamos referencias por el libro de evocador título: San Bartólome de Rueda, el silencio de los carros” de Jesús Ferreras Valladares.

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El autor nos cuenta que ya había vestigios de los habitantes de este entorno durante la romanización. Hace tiempo que lo leímos y su lectura motivó interesantes excursiones a los Corrales de Yugueros(El Hoyón) acompañados entonces por otro buen amigo y un guía de excepción: Siro Sanz. En el vecino pueblo de Santibañez encontraron un ara votiva en el mismo casco urbano pero esta visita será para otra ocasión.

Dice Don Jesús en su libro que la estructura de la iglesia es de los siglos XVI y XVII y el retablo de primer tercio del XVIII (1773) con una buena imagen de San Bartolomé (palabra que significa: hijo de Tolomeo) patrón del pueblo y de los oficios relacionados con el cuero, pues como ya sabéis fue martirizado arrancándole la piel, por lo que se le reza para que nos cure las enfermedades relacionadas con la epidermis.

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El santo que se venera en esta iglesia, se representa sujetando con una cadena a un diablillo llamado Astaroth, pues de esta guisa lo expulsó de un templo de Armenia.

También hay una interesante talla de San Roque, abogado de la peste y de los peregrinos, que procede de la ermita del mismo nombre. ¡Fijaos que de conchas adornan la entrada a la iglesia!

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También hay restos de una lápida que forma parte de un ventanal, perteneció a un clérigo fallecido en 1346 y por si queréis saber la hora que es, solo tenéis que consultar el reloj de sol que luce en una esquina del templo.

Cuenta el libro una historia curiosa sobre otro cura párroco, Francisco Enríquez de Otero, que dejaba una hija natural llamada Manuela y como el obispo dispuso que la quinta parte de la herencia se gastase en misas por su eterno descanso, la persona encargada de cuidarla protestó alegando que la menor era doncella pero si no la dejaban bienes para subsistir, peligraría su crédito debido al estado de necesidad ¡Buen argumento, si señor! Al año siguiente la casaron con un lugareño del vecino pueblo de Palacio de Valdellorma.

Con estas y otras historias llegamos ante un caserón que luce un arco de piedra con el escudo de los Llamazares junto al que puede leerse la siguiente leyenda en la parte izquierda:
“De boca de cuatro sierpes/salen dos bandas en pares/cinco llamas de aguas fuertes/ seis flores de lis a pares/ de los veros Llamazares”

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Al lado derecho, el izquierdo del escudo acertamos a leer:
“Armiños aspas doradas/ con estas sobrevinieron/ y en dote les fueron dadas/por donde ser merecieron/ entre ilustres colocadas”

Al leer esto, yo también me quedé de piedra al enterarme de que aquí en san Bartolomé de Rueda descubrimos a los “veros” (verdaderos, genuinos) Llamazares.

Y por si lo anterior no fuera suficiente hidalguía el arco de la puerta se corona con otra inscripción:
“morir por vencer, justa causa debe ser” Llamazares.

Dije al principio que quería marchar de estos lugares con luz solar, pero no sin antes contaros una historia espeluznante, que podéis encontrar en el libro que hemos citado al principio de este artículo: San Bartólome de Rueda, el silencio de los carros” de Jesús Ferreras Valladares.

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La historia conocida por el contorno como “la cabra de San Bartolomé” tiene su origen en un incendio en un corral frente a las eras de las afueras de la localidad. Hoy solo quedan unas paredes de argamasa pero en su día, encerraban a mas de un millar de ovejas y cabras que perecieron encerradas en medio de espeluznantes balidos y el hedor a carne quemada que se extendió por todo el monte, mientras el sebo derretido de los infortunados animales corría monte abajo en la corte de la tiendas, que así se llamaba el sitio.

Se acusó del delito a un pastor del vecino pueblo de Garfín que discutía a menudo con el dueño del rebaño, pero la Benemérita no consiguió pruebas fehacientes.

Poco a poco, todo volvió a su calma habitual en esos hermoso valles. Hasta que... por las tardes se empezó a oir un extraño sonido. ¡uuuh, uuuh!, procedente de no se sabe donde. Bueno, sí: junto al corral de las tiendas.
Después, silencio absoluto y finalmente, un fuerte berrido que cruzaba todo el valle poniendo los pelos de punta al que se encontrara por allí.

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Alarmados los vecinos, al dia siguiente, dieron una batida apoyados por una jauría de perros, registrando todos los matorrales pero ¡nada! No encontraron a ningún animal. Pero al atardecer volvió el silencio y después el terrible alarido y así una tarde y otra, cada vez con mayor virulencia.

Un día, en la taberna, un tertuliano recordó que los berridos se habían iniciado la misma noche en que falleció el desventurado pastor de Garfín, así que los gritos debía producirlos el alma que vagaba en pena por aquellos parajes.

Lo cierto es que el prodigio atrajo la atención de los pueblos vecinos que se congregaron en torno al lugar. Se montaron chiringuitos para vender vino y los mozos acudian con las escopetas para abatir al horrible ser que producía tan espeluznantes sonidos.

Un mozo arrogante, caballero en una mula torda, se atrevió a increpar:
“Escúchame, alma de otro mundo, manifiéstate ¡Dime quien eres!”
De seguido, un terrorífico bramido, envió al suelo tanto al jinete como a la montura.
"Lo que yo acabo de ver, nunca se lo diré a nadie", confesó a sus amigos mientras marchaba despavorido, descompuesto, sin que nunca más volviera a ser como era...

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Tomó entonces cartas en el asunto el cura de San Bartolomé, este sin escopeta pero con la estola al cuello, el breviario, el hisopo cargado con agua bendita y sus latines:
¡Fúgite, Fúgite, alma del averno! Increpaba.
De nuevo el viento trajo otro bramido que lanzó al suelo al sacerdote, pero este al contrario que el borrachín vuelve a preguntar, poniéndose en pie:
¿Quien eres tu? Mientras rocía los tapiales con abundante agua bendita.

Y así allá por 1929 dejaron de producirse los fenómenos que hoy en 4º milenio se llamarían “La cabra de San Bartolo” Yo no os puedo decir que fue. Tampoco tengo fotos para documentar esta historia, mi mente cartesiana ha buscado una corriente de agua subterránea, algún pájaro que anide por los alrededores, el alma atormentada del desdichado pastor que regresa para avisarnos de que el no es responsable del incidente o quizás Astaroth el diablillo que se soltó de la cadena de San Bartolomé porque hay personas que notaban un intenso tufillo a azufre, por eso tú que ahora transitas por estos lugares no olvides el salmo del buen cura : ¡¡¡ fugite, fugite partes adversae!!!

Ved nuestro reportaje fotográfico.

Texto y fotos de Rafael Cid y Rosa Fadón

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Gracias por recordarme la historia de las ovejas y el pastor de Garfin, así como, las inscripciones y el origen ascendente de mi apellido. Insisto, muchas gracias.
Atentamente, Pedro Llamazares.

Rosa Fadón dijo...

Gracias a ti, Pedro, por comentar y puntualizar sobre tu apellido y las particularidades de S. Bartolomé de Rueda y de Garfín

Anónimo dijo...

Esta historia, así contada,la recuerdo desde que era pequeña que me la contaba mi madre ya que su abuelo era el dueño del rebaño de ovejas y cabras quemadas....cuando me lo contaba pasaba realmente miedo.

Anónimo dijo...

Es curioso que mi madre también me la contó, y siempre me dijo que las ovejas eran de su abuelo, se llamaba Geromo Urdiales y mi madre nació en Garfín en el año 1917, sus padres se llamaban Santiago Urdiales y Gregoria de la Varga.

Anónimo dijo...

Es curioso saber que mi madre también me la contó cuando era pequeña y que era su abuelo, se llamaba Geromo Urdiales. Mi madre nació en Garfín en 1917.