Este domingo fuimos a Valporquero, a visitar a Tinina y a su familia.
¡Qué contenta me puse cuando acerté a llegar hasta la puerta de su casa, sin preguntar a nadie y eso que sólo habíamos estado allí otra vez en el año 2015! Aquí podéis leer nuestros recuerdos de aquella visita:
Hacía un día espléndido de sol y delante de la casa, disfrutando de la solana, estaban su madre y ella, contentas de vernos llegar.
Su hermana nos recibió en la cocina, preparando un par de menús, de los que nos dio a elegir, porque decidieron que nos quedáramos a comer.
Rodeamos la casa para admirar lo bonita que había quedado con las ventanas nuevas. Entramos en el garaje, que Tinina había mandado hacer, para contemplar tres nidos de golondrinas, que se habían asentado entre las hermosas vigas.
Fuimos al portal para recordar los adornos que teníamos en mente de nuestra anterior visita: la sartén con el falso huevo frito, llaves, instrumentos de agricultura y ganadería, colocados por doquier en las paredes, objetos queridos, que han quedado obsoletos y que componen un pequeño museo etnográfico.
Siguiendo el portal está el patio desde donde se accede a diversas dependencias. La gata era la señora del lugar, moviéndose mimosa de aquí para allá.
La puerta más amplia da al garaje de su hermano, donde guarda las cosas que se usan hoy en día para el trabajo del campo y bicicletas y demás. Nos entusiasmamos con la cosecha de ajos, que por primera vez había obtenido Tinina y que colgaban del baral con sus melenas despeinadas.
Luego está la casa vieja, donde puede apreciarse la construcción tradicional, de adobe, encalada por dentro y aunque pequeña con una buena altura hasta el tejado. Tenía una pieza para la cocina y otra sin determinar, donde se observan dos alturas.
Otra dependencia da a una hornera, donde aún se puede amasar el pan, aunque el horno no está muy bien. Vimos la artesa de adobar la carne para hacer embutido, en tiempos de matanza, las arcas de madera, de diferentes tamaños, tan buenas para conservar legumbres, cereal, queso... Aún había otra habitación para refugiar a la cordera recién parida y sus corderines recién nacidos, cuando había necesidad.
Girando por el patio quedaba una parte sin edificar y allí había un jardín, con los tiestos de flores, menta, romero... y donde muchas semillas de frutas, que a veces se lanzaban para las gallinas, que por allí correteaban, habían formado árboles y plantas desconocidas. Porque en el rincón también estaba la casa de las gallinas y en unos hermosos cestos ponían huevos morenos, blancos y hasta de un color blanco verdoso. El gallo nos seguía luciendo sus plumas azules y verdes tornasoladas y el penacho blanco de su cola. ¡Menudos espolones que tiene!
En la pared contigua había otra puerta que daba a la despensa, donde, a través de la ventana, se veía un armario y seguramente habría de todo...
Hablamos de cómo vivieron nuestros ancestros, con muchos hijos, con mucho trabajo, pero sabiendo hacer de todo y muy organizados en las labores de la comunidad, respetando esas leyes o acuerdos.
Entramos a la casa y mientras tomamos un café, Tinina dispuso enseñarnos muchas cosas bonitas del pueblo y salimos dispuestos a no perder detalle, con nuestra cámara del móvil.
Según subíamos una extensa panorámica se presentaba a nuestros ojos. La montaña de PeñaCorada, la más admirada en esta zona, las Pintas, que están próximas a Las Salas, El pico de la Camperona, con las antenas en su cumbre, que tan bien conoció nuestro hijo Víctor, trabajando en telefonía móvil, es famosa por su difícil subida, por los ciclistas en la vuelta a España.
Luego cumbres de montañas azuladas en la lejanía y en la extensa tierra llana, con suaves ondulaciones que constituye el paisaje del pueblo, los colores del otoño empezaban a mezclar los verdes de los árboles, con ocres y grises en la vegetación circundante.
Lo primero fuimos a ver la laguna, rodeada de husos, que escondían a las ranas, que oímos saltar al agua, cuando descubrieron nuestra presencia. El agua aumentaba con la sobrante del depósito, que se veía en el alto de la colina y que almacena la que usa la población. Un agua muy rica, por cierto.
Cerca, está la finca que cultiva Tinina. ¡Qué preciosa! tiene de todo, berzas enormes, lombarda, cebollas, judías, calabacín, calabaza de cacahuete...
Un poco más allá está la fuente enrejada, dentro de una edificación de nave de medio punto. Dicen que se parece a la de Benavente. Yo he visto muchas similares en Zamora y en Cabrera, creo que son de origen romano o más antiguas. Estaba una vecina, limpiando el canal de agua que salía de entre las rejas y llegaba hasta la tubería que luego asumía el caudal, de las hojas que caían del chopo más próximo a ella. Las empujaba con su bastón y las hacía retroceder de la corriente, hacia los lindes. Charlamos con ella, que es necesario compadrear en estos pueblos solitarios.
Fuimos luego a visitar a Flori, la compañera de trabajo de Rafa. Estaba con su madre y su marido, así que charlamos un ratito pues encontramos diferentes e interesantes temas de conversación.
Al regresar a casa, llegaba también su hermano con los perros. Son dos careas, uno negro y el otro también, pero con mechones blancos, muy cariñosos, nos alegraron a todas.
Al calor del hogar de una cocina de leña, degustamos un rico cocido y charlamos animadamente en la sobremesa. Una amiga de la familia vino del cercano pueblo de Fresnedo a rendir visita y tuvimos ocasión de intercambiar puntos de vista sobre la dicotomía de vida en el campo y la ciudad, pues ha vivido en Madrid.
Después de comer fuimos a la ermita de S. Roque, situada al final de una amplia era, que ahora se ha convertido en un abandonado campo de fútbol. Antes había varias casetas de aperos de labranza en la era, ahora sólo pueden verse dos, que son de propiedad privada.
La ermita está a punto de ser restaurada, sólo se aprecia un retablo en el interior. Aunque es un edificio bastante grande y tiene buena fábrica, está muy deteriorada y el tejado es lo más urgente de ser atendido.
Pasamos por la segunda huerta de Tinina. Allí en nuestra primera visita, nos la encontramos, encaramada, podando una parra. Ahora nos obsequió con algunos alimentos y en las zarzas cogimos unas cuantas moras.
Enfrente está la fuente, abrevadero, lavadero y bebimos de su agua exquisita.
Llegamos a la fragua de Flori. En la finca que la contiene, vimos el antiguo potro de herrar
y las dos colmenas de Tinina, en una de las cuales, están las abejas dedicadas a su intensa actividad.
Al sol de la tarde los gatitos sesteaban en la carretera, mientras alcanzábamos hacia la casa de nuestra anfitriona y nos dispusimos a marchar.
Fue un día muy agradable y estamos agradecidos a nuestras amigas por su acogida y acompañamiento. Nos prometieron una rica comida de productos autóctonos si volvíamos una próxima vez y nosotros asentimos.
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