Llegamos a Senra, al final de nuestro recorrido de hoy.
Para comer, como siempre, en el Restaurante “Cumbres de Omaña” que regenta Pedro Pablo.
Es una casa de arquitectura tradicional omañesa. Tiene una situación magnífica, en el cruce hacia Murias y la entrada de Senra. Yo recordaba mis viajes de lunes en madrugada ver allí al camión de la leche parado a recoger las cántaras de la vecindad. En el libro de Julio Alvz Rubio: "Laciana, un otoño", explica las labores de la leche que fueron consustanciales a esta tierra.
El local es muy atractivo, el comedor, con su chimenea de llamas danzantes, proporciona un calor acogedor, la mesa y mantel cuajado de detalles elegantes.
La cocina dispone de amplia oferta de muy buena gastronomía. Comimos garbanzos con langostinos, filetes de cerdo al horno, con una salsa exquisita, los postres también son caseros. Le faltó el café irlandés, pero tengo que decir que hace muy buen “carajillo”.
Quiso la casualidad que en el Diario de León de ese día, 30 de abril, dedicaran un extenso articulo al Restaurante “Cumbres de Omaña”, explica: “todo un referente gastronómico, que ha hecho del menú un autentico manjar”. Lo dice el periódico y es verdad.
Podéis ver el artículo completo pinchando aquí:
Quisimos dar una vuelta por el pueblo para fotografiar sus bellezas.
Repusimos fuerzas y con el estómago lleno nos acercamos en primer lugar hasta la iglesia cuya espadaña era visible desde donde nos encontrábamos. Pasamos junto a su atrio porticado y buscamos la escalera de subir al campanario, que tenía unos peldaños de piedra, asimilados por la vegetación circundante. En el último tramo, la escalera se sostenía sobre un arco muy artístico, fue entonces cuando nos dio la sensación de estar inmersos en una leyenda de Bécquer.
Dicen que el retablo neoclásico alberga imágenes medievales de San Pedro y San Blas. También veneran a San Andrés y a una Virgen con Niño del siglo XIII.
Acostumbrados a encontrar las iglesias cerradas a cal y canto, nos tuvimos que conformar con ver las fotos del libro de Don Julio.
Pero lo que más nos sorprendió fue el árbol en plena floración, que había junto a la escalera, con sus exquisitos perfumes florales. Nos llegaban obligatoriamente, de las ramas que rozaban nuestros carrillos, mientras nos sosteníamos en la baranda, tratando de acertar con nuestros pies los sinuosos peldaños.
Dimos después un pequeño paseo por el pueblo para fotografiar un par de casas modelo de arquitectura rural de la zona .
Entonces se produjo un golpe de lluvia. El Valle Grande brillaba con toda su majestuosidad.
Decidimos seguir camino a Villanueva de Omaña para ver si mientras tanto escampaba.
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