Rafa tenía muchas ganas de estar un rato con su amigo Fausto. Poder recordar la infancia con su amigo de siempre.
Se habían puesto en contacto a través del foro de Palacios de la Valduerna, después de pasar tantos años sin verse. Enseguida Fausto había venido a ver a Rafa a la oficina y se habían dado un abrazo, pero se hacía imprescindible gastar una tarde juntos o mejor un día entero y por eso acordamos verle en Gijón aquel sábado.
Yo tenía ganas de callejear por la ciudad, pues, desde que iba con mis padres a veranear, no habíamos estado allí más que con prisas y añoraba aquellas tardes lánguidas en las que el olor a yodo se te metía en la piel a través de ese “dolce far niente”.
Las previsiones meteorológicas te ponían los pelos de punta, se esperaban nevadas en todo el país y ya habíamos visto por los telediarios, que era cierta la amenaza de dejar en la cuneta a los coches que no llevaran cadenas. Esto nos hizo adoptar una opción nueva de viaje: iríamos en el ALSA. “No hay mal que por bien no venga”, dice el refrán y ese fue nuestro caso, pues descubrimos lo bien que nos resultó y ahora lo usaremos más, cuando lo requieran las circunstancias.
A pesar de lo pronosticado el tiempo fue fabuloso. Al rededor de las 11 de la mañana pinteaba, pero el cielo fue abriendo y llegó a salir el sol después del medio día. Paseando por el muro se disfrutaba de una temperatura suave, sin una brisa. Parecía imposible que sólo hiciera unos días, desde que las inmensas olas se hubieran tragado a un fotógrafo, a la vista de numerosos turistas, que también inmortalizaban con sus cámaras el tremendo poder del mar en furia.Ahora por las escaleras del Club Náutico subía un bañista después de pasar las agrestes rocas, negras de salitre, entre espumas blancas. En la playa paseaban los perritos, de la rienda de sus dueños, autorizados a usar una zona determinada si recogían los excrementos. En el agua se veían los surfistas, manejando con pericia sus tablas, en las que se paseaban subidos a las olas. En la arena se debatía un partido “jóvenes-adultos” en el que estos últimos, colorados y resollando, daban “el do de pecho”. Nosotros paseamos y fotografiamos algunos detalles, hasta llegar al Piles donde nos encontró Fausto.
Tenta no venía con él, pues tenía trabajo, así que decidimos una próxima visita, mejor organizada, que nos permitiera estar juntos los cuatro y nos fuimos hablando y recorriendo rincones de la ciudad, a los que Fausto siempre ponía un comentario. ¡Gracias por tus atenciones! Como ya llevaba muchos años viviendo en Gijón y se sabía las mejoras que se habían hecho y los proyectos que estaban por hacer, nos iba dando toda clase de informaciones, como un buen cicerone.
Hubo tiempo para repasar lo que nos había deparado el destino y recordar los detalles de la infancia, cuando los días pasaban entre juegos y amigos, dejando lugar para apreciar los más pequeños detalles de la vida. Ahora no íbamos a dejar pasar la ocasión de encontrarnos de nuevo. Cuando estuviéramos de vacaciones, trataríamos de juntarnos y disfrutar de lo que aún queda en el pueblo y en sus gentes. Con este firme propósito nos despedimos, seguros de no perder el contacto nunca más y haciendo cábalas de cuándo sería el día, que pasaramos juntos un rato tan bueno.
Se habían puesto en contacto a través del foro de Palacios de la Valduerna, después de pasar tantos años sin verse. Enseguida Fausto había venido a ver a Rafa a la oficina y se habían dado un abrazo, pero se hacía imprescindible gastar una tarde juntos o mejor un día entero y por eso acordamos verle en Gijón aquel sábado.
Yo tenía ganas de callejear por la ciudad, pues, desde que iba con mis padres a veranear, no habíamos estado allí más que con prisas y añoraba aquellas tardes lánguidas en las que el olor a yodo se te metía en la piel a través de ese “dolce far niente”.
Las previsiones meteorológicas te ponían los pelos de punta, se esperaban nevadas en todo el país y ya habíamos visto por los telediarios, que era cierta la amenaza de dejar en la cuneta a los coches que no llevaran cadenas. Esto nos hizo adoptar una opción nueva de viaje: iríamos en el ALSA. “No hay mal que por bien no venga”, dice el refrán y ese fue nuestro caso, pues descubrimos lo bien que nos resultó y ahora lo usaremos más, cuando lo requieran las circunstancias.
A pesar de lo pronosticado el tiempo fue fabuloso. Al rededor de las 11 de la mañana pinteaba, pero el cielo fue abriendo y llegó a salir el sol después del medio día. Paseando por el muro se disfrutaba de una temperatura suave, sin una brisa. Parecía imposible que sólo hiciera unos días, desde que las inmensas olas se hubieran tragado a un fotógrafo, a la vista de numerosos turistas, que también inmortalizaban con sus cámaras el tremendo poder del mar en furia.Ahora por las escaleras del Club Náutico subía un bañista después de pasar las agrestes rocas, negras de salitre, entre espumas blancas. En la playa paseaban los perritos, de la rienda de sus dueños, autorizados a usar una zona determinada si recogían los excrementos. En el agua se veían los surfistas, manejando con pericia sus tablas, en las que se paseaban subidos a las olas. En la arena se debatía un partido “jóvenes-adultos” en el que estos últimos, colorados y resollando, daban “el do de pecho”. Nosotros paseamos y fotografiamos algunos detalles, hasta llegar al Piles donde nos encontró Fausto.
Tenta no venía con él, pues tenía trabajo, así que decidimos una próxima visita, mejor organizada, que nos permitiera estar juntos los cuatro y nos fuimos hablando y recorriendo rincones de la ciudad, a los que Fausto siempre ponía un comentario. ¡Gracias por tus atenciones! Como ya llevaba muchos años viviendo en Gijón y se sabía las mejoras que se habían hecho y los proyectos que estaban por hacer, nos iba dando toda clase de informaciones, como un buen cicerone.
Hubo tiempo para repasar lo que nos había deparado el destino y recordar los detalles de la infancia, cuando los días pasaban entre juegos y amigos, dejando lugar para apreciar los más pequeños detalles de la vida. Ahora no íbamos a dejar pasar la ocasión de encontrarnos de nuevo. Cuando estuviéramos de vacaciones, trataríamos de juntarnos y disfrutar de lo que aún queda en el pueblo y en sus gentes. Con este firme propósito nos despedimos, seguros de no perder el contacto nunca más y haciendo cábalas de cuándo sería el día, que pasaramos juntos un rato tan bueno.
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