Rafa me esperaba a la puerta de la oficina para ir juntos a casa, aquel jueves después de las ocho, al final de un día de trabajo fatigante. Le acompañaba Emilia y cuando yo me resistía a pasar un rato por ahí, deseando llegar de inmediato a casa, me dijeron que íbamos a tomar una exquisitez gastronómica, que había preparado su marido, el cual nos aguardaba ya en la mesa del local, con todo preparado y con el ruego de que no nos retrasáramos para apreciar el guiso en su punto.
A pesar de mi poco entusiasmo inicial, tengo que reconocer que la calidad del convite venció mi resistencia y tanto me sorprendió la novedad del menú y su sabor tan sabroso, que me ofrecí a explicar la experiencia en un hilo de internet en homenaje a nuestro distinguido cocinero.
En un plato cubierto con servilletas blancas, rodeado de las cuatro copas que contenían un afamado caldo, nos esperaba la sorpresa del gurmet: Lapiceros de morcilla.
-¿Lapiceros de morcilla, cómo puede ser eso?
Algo más de una docena de canutillos, idénticos a lapiceros blancos, tersos al tacto, por su delicada envoltura de oleas de harina con mezcla de maiz y suaves al paladar por el mullido relleno de morcilla, algo picantillo, era el resultado de los desvelos de nuestro amigo por obsequiarnos en aquel atardecer.
- ¡Qué cosa tan exquisita!
Según nos explicó el entusiasta artesano, había que cuidar el punto de la masa en la que se iba a posar la fritura de morcilla y lo que yo creo sería lo más difícil, pasar los lapiceros por la sartén, para obtener el resultado final de cohesión.
Seguramente que hay que ser muy diestros para que salgan de la sarten tan enteros y crujientes. La verdad es que además de que estaban ríquisimos, los lapiceros tenían una presencia fantástica.
Estamos muy agradecidos a Javier por hacernos partícipes de este manjar y esperamos que no pierda las habilidades y nos invite otra vez .
A pesar de mi poco entusiasmo inicial, tengo que reconocer que la calidad del convite venció mi resistencia y tanto me sorprendió la novedad del menú y su sabor tan sabroso, que me ofrecí a explicar la experiencia en un hilo de internet en homenaje a nuestro distinguido cocinero.
En un plato cubierto con servilletas blancas, rodeado de las cuatro copas que contenían un afamado caldo, nos esperaba la sorpresa del gurmet: Lapiceros de morcilla.
-¿Lapiceros de morcilla, cómo puede ser eso?
Algo más de una docena de canutillos, idénticos a lapiceros blancos, tersos al tacto, por su delicada envoltura de oleas de harina con mezcla de maiz y suaves al paladar por el mullido relleno de morcilla, algo picantillo, era el resultado de los desvelos de nuestro amigo por obsequiarnos en aquel atardecer.
- ¡Qué cosa tan exquisita!
Según nos explicó el entusiasta artesano, había que cuidar el punto de la masa en la que se iba a posar la fritura de morcilla y lo que yo creo sería lo más difícil, pasar los lapiceros por la sartén, para obtener el resultado final de cohesión.
Seguramente que hay que ser muy diestros para que salgan de la sarten tan enteros y crujientes. La verdad es que además de que estaban ríquisimos, los lapiceros tenían una presencia fantástica.
Estamos muy agradecidos a Javier por hacernos partícipes de este manjar y esperamos que no pierda las habilidades y nos invite otra vez .
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