Este domingo hemos hecho una etapa del Viejo Camino de Santiago, desde la Ercina a Boñar.
Como llovía me puse la capa de agua que nos había regalado Córdoba. Los recuerdos se engarzaban unos a otros. La capa nos la regaló en el campamento de Boñar, sí ahí al lado, hacia donde ahora caminábamos.
Fue en unas vacaciones de Semana Santa, que pensábamos ir a esquiar a la estación de esquí de San Isidro. Córdoba había organizado un curso de mandos, creo, en las instalaciones del campamento de Boñar y como siempre estaba dispuesto a hacer favores, nos invitó para que nos alojáramos en uno de los edificios de allí, aquel fin de semana.
El tiempo se puso de lluvia y ventisca, de manera que no funcionaban los remontes y nos quedamos con los hijos, que entonces tenían como 10 años, paseando por el Soto y Boñar. A ratos nos quedábamos en el edificio, calentándonos con una estufa de placas eléctricas, que consiguió para nosotros.
Cuando salió un poco el sol, él nos acompañó por el recinto, recordando junto a las instalaciones, la vida campamental y dando vida a multitud de anécdotas. Acercándose a su coche nos regaló esta capa de agua, para que si había alguien melindroso, no tuviera escusa de caminar bajo la lluvia y para que disfrutáramos los cuatro, de esos días húmedos primaverales en los que, casi de repente, te das cuenta de que la pradera se ha llenado de margaritas y a los pies de los chopos del soto, sobresalen las violetas con sus intensos colores.
Fuimos en su compañía alrededor del puente Viejo, el antiguo edificio-colegio, las Caldas, la Fuente de la Salud… y llovió y escampó y nos dimos cuenta de lo hermoso que está el campo y el río, la montaña y la carretera, las casas y la gente, cuando brilla el agua sobre nosotros y nos calienta luego el sol.
Para preparar la historia de esta etapa del Viejo Camino de Santiago hemos estado leyendo sobre la montaña de Boñar. Nos hemos encontrado con el libro de Vegaquemada, de Laurentino-César López Sánchez.
Allí se cuenta que hubo una ermita y monasterio muy antiguos y con una gran importancia histórica. Se han encontrado unas tumbas, una de ellas de Adosinda y otra del niño Alfonso, que parecen corresponder a personajes de la realeza medieval.
Pero lo que más me ha conmovido es que en el siglo XII llegan de Córdoba unos cristianos influyentes y cultos, de donde procede el apellido Córdoba. Estos hombres crearon la leyenda de Vega Gamar, porque la palabra árabe gamar, además de “quemada” significa poéticamente, “plenitud, brillantez” y eso apreciaron, en esta Vega Florida.
He digitalizado esta referencia al apellido Córdoba y la Vega Florida, del libro en cuestión:
De nuevo tras la lectura, los recuerdos nos han hecho compañía.
Era un verano en el que se celebraba, creo, que el 25 aniversario de la OJE. Córdoba nos invitó a ese acto, que se organizó en el campamento, que se había preparado en su pueblo: Vegaquemada.
Allí estaba su padre, un hombre mayor, pero ¡tan animoso!, era un “pincho”, que se decía antes de las personas que se mantienen siempre en alza.
Rodeamos el recinto para admirar la portada, los elementos de decoración que habían hecho con mucha maestría por doquier. Fuimos saludando a los jóvenes, mandos deportistas que conocíamos de las actividades de esquí y de montaña y nos hicimos fotos con ellos y junto con nuestros hijos. Fue una tarde amable de camaradería, como eran todas las que preparaba Ángel Córdoba, arropado por su familia y amigos.
Los recuerdos se despiertan en el corazón…
Aquellos primeros años en los que los niños aprendieron a esquiar. Córdoba y Ana, preparaban los viajes desde su tienda de deportes. Cada domingo íbamos a Pajares, siempre en su compañía, familia, amigos. Hubo un día que no pudimos esquiar, el puerto estaba cerrado por la vertiente asturiana, luego las instalaciones cerraron también debido a la ventisca. No volvimos a la ciudad con las orejas gachas, ellos decidieron que nos quedaríamos a comer en Busdongo. Los chavales resbalaron en la nieve que había en los bordes de la carretera y que en algunos puntos servía para hacer enormes muñecos de nieve, mientras que los mayores bebíamos y charlábamos en el restaurante.
Luego organizó aquel viaje a Soldat- Le Tartel. Nosotros le encomendamos a nuestros, hijos ya que nosotros no podíamos disponer de esos días de vacaciones. Allá se fueron, bajo la supervisión de Fernando y de Cusco, no me acuerdo si fue también Ruth…, pero sí fueron otros esquiadores, con los que habían compartido cursos en Pajares. Me acuerdo que tuvieron que echarles una mano con los equipos, que se les rompió una tabla o no sé qué… pero todo salía bien, debido al cariño y dedicación que ponían y que Ángel Córdoba sabía trasmitir.
Rafael Cid y Rosa Fadón
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