¡Qué bonita esta mañana otoñal, que mi amigo José Luis y yo hemos pasado, buscando setas por el campo adelante! Llegamos muy pronto, cuando aún las gotas del rocío brillaban diamantinas a la luz del amanecer.
Después de aparcar el coche, tuvimos que recorrer un gran trecho hasta llegar a nuestro destino, atravesando peligrosos ríos (perdón, quise decir pequeños regueros llenos de husos)
Tuvimos que enfrentarnos a seres monstruosos que nos acechaban entre la maleza.
Y no dejándonos seducir por otros más hermosos, que con su canto de sirenas nos distraían de nuestra misión principal: encontrar la codiciada seta de cardo.
Porque, aunque encontramos en nuestro camino a las pequeñitas senderuelas que intentaban distraer nuestra atención, nuestro objetivo estaba muy claro: Llenar nuestra cesta con la famosa “pleurotus eryngii”
Y fue tal nuestro empeño, que finalmente ¡Aleluya! Nuestro viaje iniciático había dado sus frutos y nuestra cesta comenzó a llenarse.
Ya podíamos volver a casa satisfechos, pues las mujeres aguardaban vigilando que llegáramos con suficiente material para degustar un exquisito menú.
Nuestro primer objetivo se había cumplido. Quedaba ahora la parte más difícil, limpiarlas para luego cocinarlas.
Contaba para ello con la receta de Maribel, que consistía en hacerlas a la plancha con un poco de aceite (mejor en la sartén y así poder mojar luego el pan en la salsa) con su toque secreto, que voy a desvelar a mis seguidores de este blog: consiste en hacer un machacado en el mortero con ajo y guindilla, para “pintar” con él, las setas antes de darles la vuelta.
Así que calenté el aceite en la sartén, eché todos los ingredientes en ella, le puse sal al gusto, con una cuchara de madera le di unas vueltas a las setas y ya quedó todo dispuesto para comer. ¡A tu salud, José Luis! ¡Estaba exquisito, Maribel!
No hay comentarios:
Publicar un comentario