Llegamos a la capital de la vieja Bohemia en un avión, que estuvo dudando de si recibirnos en su caliente vientre. Decía la azafata, que debido a las altas temperaturas, el aire acondicionado no aseguraba que todos los pasajeros pudieran tener un vuelo perfecto y quería dejar algunos para el avión siguiente, que debido a los retrasos del embarque, ya estaba en pista y finalmente, salió con los trasladados, justo después de nosotros. Dábamos estas explicaciones a los compañeros que ignoraban el retraso, mientras veíamos los montes nevados por la ventanilla y ya en las proximidades de Praga, los perfiles de la ciudad.
En el hotel D. Giovanni, de la lujosa cadena Dorint, nombrado en recuerdo de la famosa ópera de Mozart estrenada en Praga, nos esperaba un apetitoso buffet. Lo mismo que en días sucesivos, yo degusté los arenques enroscados, el salmón ahumado y otros deliciosos pescados en salazón. Me gustaban las salsas blancas, unas hechas con yogures suaves y otras con un dulce sabor a flores picantes. Me servía salchichas y choricitos fritos y muchas otras cosas que no están para ser enumeradas aquí.
Nuestro dormitorio era cómodo y elegante, sobre las camas se enroscaban las típicas fundas nórdicas individuales, de blanco algodón damasquinado. El balcón daba a la avenida y se veían las paradas de autobuses entre los dobles carriles y la entrada al metro de la famosa línea verde. Sorprendía que la cera de enfrente, que presentaba una verja de hierro y tras de ella un extenso bosque de viejos árboles, fuera en realidad el cementerio judío, donde reposan los restos del conocido escritor Kafka; la protección de los altos plátanos apenas dejaba vislumbrar las piedras de las cabeceras de las tumbas.
Por la mañana nos esperaba el autobús con Antonio, nuestro chofer, Belén, nuestra eficaz guía española, que nos acompañaba en toda la excursión y Helena, nuestra erudita guía checa que, en un español con gran riqueza de vocabulario y cultismos, nos explicó, a veces con sentido del humor y cuando fue preciso, con sentimiento, todo lo que se refería a este país.
Nosotros la seguíamos entre las calles, escuchando por nuestros auriculares la voz captada por un trasmisor que nos colgamos del cuello. Si nos deteníamos perdíamos la señal y buscábamos entre el gentío la flor de plástico azul, que su mano levantaba sobre la multitud. Había un verdadero tropel de turistas por el centro histórico. Los grupos nos apelotonábamos, esperando unos por otros para contemplar en los mejores ángulos los puntos de interés. Siempre con cordialidad, compartíamos aquellas bellezas monumentales entusiasmados.
Habíamos dejado el autobús junto a un puente sobre el Moldava o Ultava, ¡Hay que ver, qué río, con dos nombres! Mirábamos el Metrónomo en lo alto de la colina del parque Petrín y debíamos memorizar también al otro lado del río la calle Paris, con sus alamedas de tilos aromáticos, pues ambos datos nos servirían de referencia para volver al bus. Nos echamos a andar por el Barrio Judío, sólo callejeando, pues a la tarde pagaríamos la entrada y visitaríamos con detenimiento el abandonado Cementerio del guetto, las antiguas sinagogas, entre las cuales la Española nos pareció la más bonita y la Sala Ceremonial.
Antes de las 11 estábamos cogiendo sitio en la Plaza de la Ciudad Vieja, frente al famoso reloj astronómico, para ver cómo se mueven las diferentes figuras: el esqueleto, mueve su cabeza diciendo que no, mientras el turco, la presunción, la avaricia, dicen sí. Desfilan los apóstoles antes del canto del gallo, con el que se paraliza la escena. Después rodeamos la plaza contemplando las típicas casas, los palacios y el conjunto escultórico de Jan Hus. Al día siguiente tuvimos la ocasión de subirnos al Mirador de la torre del Ayuntamiento y ver a vista de pájaro la zona monumental, el verde de los parques y el agua del Moldava serpenteando entre los barrios.
Después de asomarnos a la Plza Wenceslao caminamos por la calle Karlova admirando sus estrecheces y recovecos medievales, algunos edificios esgrafiados, otros adornados con estatuas o con emblemas que les daban nombre. Contemplamos los escaparates de las tiendas de cristal de bohemia, de joyas de granates, tan famosas y bellas. También nos deteníamos ante antiguas casonas que guardaban sus viejas librerías o farmacias o que daban entrada al Teatro Negro de Praga o a otros teatros de Marionetas. Las calesas de caballos pasaban a nuestro lado, ofreciendo sus servicios con cochero enlevitado y también largos coches descapotables, modelos históricos, esperaban en la plaza del pozo de hierro forjado. Multitud de manos nos obsequiaban con folletos que anunciaban conciertos en gran número de iglesias.
Cuando llegamos a la estatua de Carlos IV, rey que ennobleció la ciudad de Praga y fundó su Universidad, nos hicimos esta bella foto de grupo.
Entramos en el peatonal puente de Carlos, donde se dan cita los turistas, músicos, pintores, vendedores...Nosotros nos relajamos un momento observando las estatuas y haciendo nuestras mejores fotos: al río con sus barcas de recreo, a las vistas del Castillo, al parque con su observatorio similar a la parisina torre Eiffel, a las lejanas casas de la ciudad rodeadas de frondas.
Luego seguimos por la margen derecha hasta el Teatro Nacional, por cuya calle nos adentramos en busca de la cervecería U Flecku. Comimos y bebimos su propia y famosa cerveza a los sones de acordeón y trombón de dos viejos soldados, compañeros seguramente del famoso héroe de la literatura checa: el soldado Svej.
El segundo día estuvo lluvioso, ventoso y frío en nuestro recorrido por el Castillo. La historia de Praga se inicia aquí en el siglo IX. El recinto ha ido engrandeciéndose al erigir en su interior palacios, jardines, iglesias, monasterios, calles peculiares como la del Oro y varios edificios cargados de historia.
Llegamos al cambio de guardia y a pesar de la incomodidad del clima disfrutamos de la visita del Palacio, con sus grandes salas góticas y renacentistas y de la catedral de S. Vito. Se construyó en el siglo XIV, bajo la dirección de Matias d´ Arras y Peter Parler, que consiguió maravillosas realizaciones en el alto ábside, en el pórtico de la puerta dorada, etc. Pero a partir del XIX se le añadió un tramo hacia el oeste y las dos puntiagudas torres neogóticas, tan características, tras el campanario de remate barroco, en las panorámicas de la ciudad. De esta forma. pueden disfrutarse de obras de autores de nuestros días, como son las pinturas modernistas de Alfonso Mucha en las vidrieras, o de artistas venecianos medievales, como son los mosaicos dorados de la portada Sur. La riqueza decorativa es sorprendente, tanto como la presencia de importantes monumentos funerarios de los santos nacionales. La capilla de S. Wenceslao está incrustada de joyas y piedras ornamentales en todo el muro, entre frescos góticos y finos dorados. La tumba de S. Juan Nepomuceno, símbolo de la Contrarreforma, de plata maciza, se alza en la girola. La cripta real con los restos de Carlos IV y sus cinco esposas. El mausoleo de Fernando I, su amada esposa e hijo Maximiliano II, hablan en silencio de un pedazo de España insertado en este país, pues este rey, hermano del emperador Carlos V, era nieto de los Reyes Católicos. Esculpido en el escudo se ve el León símbolo de nuestra tierra, como nos mostró la guía. También la bandera checa, roja y amarilla nos resulta tan familiar a los turistas españoles.
Salimos del recinto por el barrio MalaStrana, con sus grandes palacios barrocos, ahora en su mayoría embajadas. Al pasar por la calle Nerudova recordamos cómo este escritor praguense Jan Neruda, aportó su apellido al chileno, para formar el seudónimo de Pablo Neruda. En la calle hay hermosas enseñas en las puertas de las casas, animales y escudos heráldicos que las identificaban cuando aún no existía la numeración de portales. Bajo el arco de las torres llegamos al Puente Carlos y entre las estatuas volvimos al punto donde lo habíamos dejado el día antes. No lejos estaba el Restaurante donde repusimos fuerzas y ropa mojada.
El tercer día visitamos Karlovy Vary. Nuestra guía aprovechó el viaje para contarnos la historia checa. Al acercarnos a la Montaña Blanca habló de las luchas protestantes de 1620. Contó la proeza independentista de 1918 cuando vislumbrábamos la cúpula de S.Cirilo y S. Metodio. Ante los búnkers que se diseminaban en la campiña, relató con tristeza la historia del siglo XX. Entre campos de trigo, cebada, lúpulo, nos habló de la cerveza. 5 barriles al día llegaban a palacio de la 1ª fabrica: Krusovice, que fundó Rodolfo II en 1581. Los sembrados de amapola se utilizan para elaborar con su semilla molida el postre tradicional. También son aficionados a mermeladas de arándanos y diversidad de frutas y a las setas en otoño.
Cuando llegamos al Valle Balneario, con más de 60 fuentes termales, nos sorprendió el lujo y refinamiento de esta ciudad hostelera, dedicada a la salud y al ocio. Las fuentes minerales de 34 a73º de temperatura, surgen en plazas protegidas por templetes o paseos cubiertos de columnatas, entre bellos edificios que albergaron a famosos huéspedes a lo largo de la historia, como el Balneario V a la emperatriz Sissí. Nosotros compramos jarras de porcelana y fuimos catando el agua de diversos chorros según paseábamos entre hermosas casas modernistas imaginando vivir en una película. Y no era tan descabellado porque estábamos en la semana del festival de cine y por allí no faltaban artistas y reporteros.
Como despedida tuvimos la cena de codillo en la famosa cervecería Novoméstský, en rincones bajo tierra, compartidos con los lagares donde fermenta la cerveza. La gozamos con la música en vivo, donde abundaban los temas españoles, que sus músicos saben tararear muy bien.
Al día siguiente salimos para Viena con destino a Budapest, pero eso os lo contaremos en la próxima entrega.
Para saber más sobre Chequia :En el hotel D. Giovanni, de la lujosa cadena Dorint, nombrado en recuerdo de la famosa ópera de Mozart estrenada en Praga, nos esperaba un apetitoso buffet. Lo mismo que en días sucesivos, yo degusté los arenques enroscados, el salmón ahumado y otros deliciosos pescados en salazón. Me gustaban las salsas blancas, unas hechas con yogures suaves y otras con un dulce sabor a flores picantes. Me servía salchichas y choricitos fritos y muchas otras cosas que no están para ser enumeradas aquí.
Nuestro dormitorio era cómodo y elegante, sobre las camas se enroscaban las típicas fundas nórdicas individuales, de blanco algodón damasquinado. El balcón daba a la avenida y se veían las paradas de autobuses entre los dobles carriles y la entrada al metro de la famosa línea verde. Sorprendía que la cera de enfrente, que presentaba una verja de hierro y tras de ella un extenso bosque de viejos árboles, fuera en realidad el cementerio judío, donde reposan los restos del conocido escritor Kafka; la protección de los altos plátanos apenas dejaba vislumbrar las piedras de las cabeceras de las tumbas.
Por la mañana nos esperaba el autobús con Antonio, nuestro chofer, Belén, nuestra eficaz guía española, que nos acompañaba en toda la excursión y Helena, nuestra erudita guía checa que, en un español con gran riqueza de vocabulario y cultismos, nos explicó, a veces con sentido del humor y cuando fue preciso, con sentimiento, todo lo que se refería a este país.
Nosotros la seguíamos entre las calles, escuchando por nuestros auriculares la voz captada por un trasmisor que nos colgamos del cuello. Si nos deteníamos perdíamos la señal y buscábamos entre el gentío la flor de plástico azul, que su mano levantaba sobre la multitud. Había un verdadero tropel de turistas por el centro histórico. Los grupos nos apelotonábamos, esperando unos por otros para contemplar en los mejores ángulos los puntos de interés. Siempre con cordialidad, compartíamos aquellas bellezas monumentales entusiasmados.
Habíamos dejado el autobús junto a un puente sobre el Moldava o Ultava, ¡Hay que ver, qué río, con dos nombres! Mirábamos el Metrónomo en lo alto de la colina del parque Petrín y debíamos memorizar también al otro lado del río la calle Paris, con sus alamedas de tilos aromáticos, pues ambos datos nos servirían de referencia para volver al bus. Nos echamos a andar por el Barrio Judío, sólo callejeando, pues a la tarde pagaríamos la entrada y visitaríamos con detenimiento el abandonado Cementerio del guetto, las antiguas sinagogas, entre las cuales la Española nos pareció la más bonita y la Sala Ceremonial.
Antes de las 11 estábamos cogiendo sitio en la Plaza de la Ciudad Vieja, frente al famoso reloj astronómico, para ver cómo se mueven las diferentes figuras: el esqueleto, mueve su cabeza diciendo que no, mientras el turco, la presunción, la avaricia, dicen sí. Desfilan los apóstoles antes del canto del gallo, con el que se paraliza la escena. Después rodeamos la plaza contemplando las típicas casas, los palacios y el conjunto escultórico de Jan Hus. Al día siguiente tuvimos la ocasión de subirnos al Mirador de la torre del Ayuntamiento y ver a vista de pájaro la zona monumental, el verde de los parques y el agua del Moldava serpenteando entre los barrios.
Después de asomarnos a la Plza Wenceslao caminamos por la calle Karlova admirando sus estrecheces y recovecos medievales, algunos edificios esgrafiados, otros adornados con estatuas o con emblemas que les daban nombre. Contemplamos los escaparates de las tiendas de cristal de bohemia, de joyas de granates, tan famosas y bellas. También nos deteníamos ante antiguas casonas que guardaban sus viejas librerías o farmacias o que daban entrada al Teatro Negro de Praga o a otros teatros de Marionetas. Las calesas de caballos pasaban a nuestro lado, ofreciendo sus servicios con cochero enlevitado y también largos coches descapotables, modelos históricos, esperaban en la plaza del pozo de hierro forjado. Multitud de manos nos obsequiaban con folletos que anunciaban conciertos en gran número de iglesias.
Cuando llegamos a la estatua de Carlos IV, rey que ennobleció la ciudad de Praga y fundó su Universidad, nos hicimos esta bella foto de grupo.
Entramos en el peatonal puente de Carlos, donde se dan cita los turistas, músicos, pintores, vendedores...Nosotros nos relajamos un momento observando las estatuas y haciendo nuestras mejores fotos: al río con sus barcas de recreo, a las vistas del Castillo, al parque con su observatorio similar a la parisina torre Eiffel, a las lejanas casas de la ciudad rodeadas de frondas.
Luego seguimos por la margen derecha hasta el Teatro Nacional, por cuya calle nos adentramos en busca de la cervecería U Flecku. Comimos y bebimos su propia y famosa cerveza a los sones de acordeón y trombón de dos viejos soldados, compañeros seguramente del famoso héroe de la literatura checa: el soldado Svej.
El segundo día estuvo lluvioso, ventoso y frío en nuestro recorrido por el Castillo. La historia de Praga se inicia aquí en el siglo IX. El recinto ha ido engrandeciéndose al erigir en su interior palacios, jardines, iglesias, monasterios, calles peculiares como la del Oro y varios edificios cargados de historia.
Llegamos al cambio de guardia y a pesar de la incomodidad del clima disfrutamos de la visita del Palacio, con sus grandes salas góticas y renacentistas y de la catedral de S. Vito. Se construyó en el siglo XIV, bajo la dirección de Matias d´ Arras y Peter Parler, que consiguió maravillosas realizaciones en el alto ábside, en el pórtico de la puerta dorada, etc. Pero a partir del XIX se le añadió un tramo hacia el oeste y las dos puntiagudas torres neogóticas, tan características, tras el campanario de remate barroco, en las panorámicas de la ciudad. De esta forma. pueden disfrutarse de obras de autores de nuestros días, como son las pinturas modernistas de Alfonso Mucha en las vidrieras, o de artistas venecianos medievales, como son los mosaicos dorados de la portada Sur. La riqueza decorativa es sorprendente, tanto como la presencia de importantes monumentos funerarios de los santos nacionales. La capilla de S. Wenceslao está incrustada de joyas y piedras ornamentales en todo el muro, entre frescos góticos y finos dorados. La tumba de S. Juan Nepomuceno, símbolo de la Contrarreforma, de plata maciza, se alza en la girola. La cripta real con los restos de Carlos IV y sus cinco esposas. El mausoleo de Fernando I, su amada esposa e hijo Maximiliano II, hablan en silencio de un pedazo de España insertado en este país, pues este rey, hermano del emperador Carlos V, era nieto de los Reyes Católicos. Esculpido en el escudo se ve el León símbolo de nuestra tierra, como nos mostró la guía. También la bandera checa, roja y amarilla nos resulta tan familiar a los turistas españoles.
Salimos del recinto por el barrio MalaStrana, con sus grandes palacios barrocos, ahora en su mayoría embajadas. Al pasar por la calle Nerudova recordamos cómo este escritor praguense Jan Neruda, aportó su apellido al chileno, para formar el seudónimo de Pablo Neruda. En la calle hay hermosas enseñas en las puertas de las casas, animales y escudos heráldicos que las identificaban cuando aún no existía la numeración de portales. Bajo el arco de las torres llegamos al Puente Carlos y entre las estatuas volvimos al punto donde lo habíamos dejado el día antes. No lejos estaba el Restaurante donde repusimos fuerzas y ropa mojada.
El tercer día visitamos Karlovy Vary. Nuestra guía aprovechó el viaje para contarnos la historia checa. Al acercarnos a la Montaña Blanca habló de las luchas protestantes de 1620. Contó la proeza independentista de 1918 cuando vislumbrábamos la cúpula de S.Cirilo y S. Metodio. Ante los búnkers que se diseminaban en la campiña, relató con tristeza la historia del siglo XX. Entre campos de trigo, cebada, lúpulo, nos habló de la cerveza. 5 barriles al día llegaban a palacio de la 1ª fabrica: Krusovice, que fundó Rodolfo II en 1581. Los sembrados de amapola se utilizan para elaborar con su semilla molida el postre tradicional. También son aficionados a mermeladas de arándanos y diversidad de frutas y a las setas en otoño.
Cuando llegamos al Valle Balneario, con más de 60 fuentes termales, nos sorprendió el lujo y refinamiento de esta ciudad hostelera, dedicada a la salud y al ocio. Las fuentes minerales de 34 a73º de temperatura, surgen en plazas protegidas por templetes o paseos cubiertos de columnatas, entre bellos edificios que albergaron a famosos huéspedes a lo largo de la historia, como el Balneario V a la emperatriz Sissí. Nosotros compramos jarras de porcelana y fuimos catando el agua de diversos chorros según paseábamos entre hermosas casas modernistas imaginando vivir en una película. Y no era tan descabellado porque estábamos en la semana del festival de cine y por allí no faltaban artistas y reporteros.
Como despedida tuvimos la cena de codillo en la famosa cervecería Novoméstský, en rincones bajo tierra, compartidos con los lagares donde fermenta la cerveza. La gozamos con la música en vivo, donde abundaban los temas españoles, que sus músicos saben tararear muy bien.
Al día siguiente salimos para Viena con destino a Budapest, pero eso os lo contaremos en la próxima entrega.
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